NTES de nada, mencionar lo bien que se expresa Unai Simón. No es de ahora. Desde que asomó en el primer equipo, con sus declaraciones transmitió una imagen más acorde a la cabría adjudicar a un veterano que a un chaval. Sereno, elocuente, coherente, receptivo. Ayer repasó la cascada de acontecimientos que ha vivido desde que fuera repescado de urgencia para formar parte de la plantilla tres veranos atrás, con singular incidencia en el último año, con diferencia el más denso y exigente.

No tuvo reparos en admitir que cometió fallos de bulto en su segunda campaña de titular en el Athletic y deslizó finamente su discrepancia cuando se le catalogó como símbolo o referente del equipo. Recordó que su recorrido, ni cien partidos dijo, de momento no alcanza para merecer semejante tratamiento. Y aprovechó varios turnos para alabar el trabajo que se realiza en Lezama para que haya una nómina de porteros como la actual o la reciente, pues salieron a la palestra los Remiro y Arrizabalaga junto a Ezkieta, Agirrezabala o él mismo.

Lo expuesto hasta aquí constituye una prueba fehaciente del carácter reflexivo de Simón, un tipo consciente de que en general las circunstancias siempre le han sonreído cuando tranquilamente su carrera podría haberse encaminado por derroteros muy distintos, menos agradables y exitosos.

Únicamente quienes no hayan seguido de cerca la actualidad del club desconocerán que él no era ni por asomo el llamado a defender la portería del Athletic. Su nombre no figuraba ni el primero ni el segundo en esa lista de aspirantes que hasta anteayer han pertenecido a la plantilla. Por delante tenía gente con una hoja de servicios más completa, superior experiencia y fama; gente, en definitiva, mucho mejor colocada para asentarse en el puesto y de esta forma cerrarle el paso. Quizá de forma definitiva porque se debe reparar en que se trataba de porteros con edades similares a la suya.

Su mayor mérito en esa etapa inicial fue acatar las decisiones ajenas y, cómo no, por si acaso estar preparado para asimilar cualquier contingencia. El exceso de ambición, la impaciencia o las inseguridades de sus competidores directos hizo el resto. De la noche a la mañana pasó de salir cedido a formar parte del once rojiblanco y aunque de entrada, en el año del salto, pagó el peaje del novato, no tardó en recoger los beneficios que los gallos del corral no supieron apreciar.

La historia que ha escrito como internacional es todavía más rocambolesca que la protagonizada en el Athletic a raíz de las espantadas de Remiro y Arrizabalaga. Resulta que Luis Enrique se empeñó en promocionarle por delante del propio Arrizabalaga y De Gea, dos porteros con un prestigio, sobre todo el segundo, y enrolados en conjuntos de campanillas, auténticos escaparates en el concierto mundial. La apuesta del seleccionador coincidió además con la que ha sido la etapa más floja de Simón en el Athletic y solo su firmeza explica que se presentase en la antesala de la Eurocopa con la vitola de titular, para pasmo de la prensa especializada. Como propina, los Juegos Olímpicos. Hoy el debate de la portería de España aunque no se haya extinguido, aparece muy suavizado. Poco a poco Simón ha ido convenciendo a un gran sector de la afición de que posee nivel suficiente para dicho desempeño.

Los episodios relatados le conceden una valiosa perspectiva para entender la volubilidad del fútbol. Pocas lecciones más impagables que la que resulta de ver tan de cerca cómo figuras consagradas pasan a un segundo plano porque alguien sin su caché y trayectoria les adelanta, de repente, sin hacer ruido. El templado Simón está pues sobre aviso.