A amplia lista de candidatos al título, en principio un aliciente extra para los amantes del fútbol, quizá sea insuficiente para combatir la sensación de que esta Eurocopa no transmite y le va a costar enganchar al consumidor habitual de este tipo de eventos. Es posible que esta apreciación personal esté relacionada no solo con la imposibilidad de hallar en el cuadro un participante con el que identificarse sino también con las pocas ganas de ver partidos que ha dejado la temporada de clubes a causa del bajo tono predominante y sobre todo del papel interpretado por el Athletic. La propia finalización de la liga fue recibida con alivio, como una excelente y terapéutica oportunidad para desconectar del balón y tomarse un respiro hasta que la nueva campaña se ponga en marcha.

Sí, es más que probable que el desdén con que uno ha asistido a los prolegómenos y al propio inicio del gran acontecimiento continental obedezca a la saturación detectada, un lastre para la asimilación de noticias y la visión de los partidos desde mediados de abril. A uno le empezó a sobrar todo lo que pudiera ofrecer el fútbol, de ahí que ahora, pese al apabullante reclamo publicitario que trata de impulsar la Eurocopa, cueste tanto volver a despertar la atención o reavivar el interés de cara a un torneo donde tampoco los protagonistas pueden disimular su cansancio mental. Ellos, los jugadores, no son ajenos a ese hartazgo que se percibe en la calle, donde el personal está a otras cosas, a los horarios, a respirar aire libre, a satisfacer el afán de aparcar rutinas y mediatizaciones que desde hace demasiado tiempo vienen marcando el día a día.

Con todo, no hay que descartar que la competición vaya ganando adeptos a medida que avanza y van quedando en la cuneta las selecciones de relleno, así como alguna despistada que acude señalando el escudo que luce en el pecho y se olvida de poner lo que hay que poner sobre la hierba. Los duelos en la cumbre pueden convertirse en receta contra la indiferencia.

Confieso que haber escuchado a Luis Enrique, ese paradigma de la simpatía, es de lo poco rescatable en esta historia. El hombre va a lo suyo, igual que cuando ejercía de futbolista y lo mismo valía para un roto que para un descosido; defendía, atacaba, corría como ninguno, corría tanto que no era fácil descubrir cuál era su demarcación. Ahora se diría que trabaja en precario, sitiado por el desbarajuste, sin que ello logre aplacar su naturaleza rebelde. Es un superviviente, cualquiera en su posición lo sería, pero él además se envuelve en la bandera del que no se casa con nadie. A este respecto, nada más significativo que su decisión de elaborar la lista sin convocar un solo representante del Real Madrid. Pecado grave, gravísimo, porque en España no se entiende España sin el Madrid. ¿Acaso es Luis Enrique el único que no ha escuchado los profundos mensajes de Díaz Ayuso?

El entrenador de España puede alardear de que su modo de funcionar desconcierta a la prensa especializada, así como para el hincha común de La Roja, esa invención de la mercadotecnia nacida al calor de los éxitos de un combinado que se tiró décadas siendo totalmente ajeno al éxito mientras sus torneos domésticos atraían a las grandes figuras mundiales. ¿Paradójico? Pues, según como se mire. Hoy, agotado el modelo inspirado en el estilo que deleitaba al Camp Nou, Luis Enrique explora nuevas vías y no se corta un pelo. Sin ir más lejos, su elección para la portería constituye toda una declaración de principios.