A mente corre mucho. Te acuerdas de la afición, de la situación que estamos viviendo, de querer dar una alegría a todos los rojiblancos y sin querer ese proceso de reflexión te va haciendo que la mochila adquiera más peso. Que intenten disfrutar y no se permitan meter más piedras en la mochila, ni de responsabilizarse más de lo debido, que piensen en que solo es un partido de fútbol". El comentario de un exjugador del Athletic está en sintonía con las consignas o consejos que han ambientado la semana. Casi es una síntesis de la multitud de opiniones expresadas, a modo de aportación a la causa y con la mejor de las voluntades, sobre qué deben hacer los futbolistas para intentar derrotar al Barcelona.

El denominador común del manual de instrucciones para salir campeón sería el reconocimiento implícito (explícito las menos de las veces) de que la final se presenta ardua. La mayoría de la recetas inciden en pedir al equipo algo que parece sencillo en el plano teórico y resulta ser la parte más compleja de aplicar en la práctica, como es el control de las emociones o la fortaleza de ánimo para abstraerse de lo que rodea el evento. Se da por hecho que partiendo de dicha premisa el Athletic ejercería de grupo competitivo, sería un rival peligroso pese al pronóstico.

Hubo unanimidad al estimar acertada la alusión al "exceso de responsabilidad" de Marcelino tras el fiasco con la Real quince días atrás. Era la gran oportunidad para enterrar una sequía de décadas en el torneo fetiche del club y los futbolistas se vieron sobrepasados por la expectativa creada. Fue lo que pasó, todos lo comprobamos desde la perplejidad mientras se disputaba el partido y desde el abatimiento a su conclusión. Ahora, esta noche, la clave se sitúa en la capacidad de los protagonistas para hacer su trabajo dejando en la caseta la deuda contraída con la gente y consigo mismos. La lectura del duelo con el Barcelona hubiese sido radicalmente distinta en un contexto normalizado: por supuesto de haber salido victoriosos del derbi, pero también si hubieran caído después de comportarse como exige una cita cumbre.

La derrota de hoy es asumible desde que se supo la identidad del adversario, pero lo que en realidad se pone en juego es la actitud, la imagen, el prestigio, concepto este último no necesariamente vinculado al resultado. Las finales son para ganarlas, repiten aquí y allá, pero las hay que sitúan muy alto el listón del triunfo. Es lo que se presume en esta ocasión, no solo al amparo de los precedentes. No faltan quienes se afanan en escudriñar en las debilidades de los de Koeman, aunque esta línea argumental se antoja de escaso fuste visto el momento que atraviesa el Athletic.

Pese a todo el empeño o el interés que se invierta en afirmar que una final es "solo un partido de fútbol", tampoco es mentira que una final sea un partido de fútbol, lo cual siempre deja un margen para que aflore lo imprevisto. No obstante, pensar en que los protagonistas, los rojiblancos se entiende, consigan "disfrutar" en La Cartuja entra de lleno en el terreno de la utopía. Por supuesto, saldrán aleccionados en el orden táctico, en la manera de reaccionar a las diversas situaciones que se planteen, de neutralizar las bazas ajenas y de exprimir las propias. No es preciso pertenecer a la plantilla para saber que será importante presionar coordinadamente, con el punto justo de agresividad, eludir concesiones absurdas o afinar la puntería.

En el mejor de los supuestos, hacer bien todo esto supondrá exprimirse, vaciarse, sufrir, y acaso ni así alcance para batir al Barcelona, pero sin duda obtendría el reconocimiento de la afición. Lo principal. Es posible perder con honor y se agradecería especialmente en el actual contexto, sin que esta predisposición implique, claro está, descartar el éxito.