O hacía falta que Marcelino lo dijera porque lo ve cualquiera. Basta con repasar la clasificación para cerciorarse de que las probabilidades de acceder a una plaza continental vía liga son remotas para el Athletic. De los 24 puntos por disputar le haría falta sumar casi todos a fin de superar a los rivales que le anteceden. No hay otro modo de recortar los nueve o diez puntos que le sacan de ventaja que enlazar victorias una detrás de la otra, sin pausa.

No lo va a conseguir, ni ganará muchos partidos ni escalará media docena de puestos. Marcelino lo admitió después del derbi con el Alavés, aunque confesó que él lo tenía claro desde hace varias semanas. Aludió en concreto a aquella serie de empates registrada en febrero (Valencia, Villarreal y Levante) que le indujo a soltar que estaba "hasta las narices" de que el equipo no ganase. En ese instante comprendió que era inviable acercarse a los mejores y los resultados posteriores le han dado la razón: cuatro empates más (Celta, Eibar, Real y Alavés), una derrota y una victoria. Un balance impropio de un candidato a viajar por Europa.

Bajo su punto de vista, la imposibilidad de avanzar en el torneo de la regularidad está conectada a la densidad del calendario. Además de las jornadas de liga, el Athletic ha gestionado la Supercopa, las rondas de acceso a una final de Copa, la final con la Real y le queda todavía la final con la Realla de este sábado con el Barcelona. Opina el técnico que ha sido demasiado desgaste para los futbolistas, sometidos a una sucesión de esfuerzos que ha repercutido en el plano físico y por supuesto en el mental, particularmente exigido por la presión extra que plantea un título en juego.

No hacía falta escuchar lo que sabíamos y hacerlo no aporta consuelo, la verdad. Pero oír a Marcelino hablar de que a su equipo le está resultando complicado "sumar de tres en tres" o que a día de hoy carece de "potencial" para competir con éxito y ser constante, tiene su miga. Estas reflexiones constituyen el crudo reflejo de una dinámica a la que el Athletic no era ajeno en la etapa anterior. Un mes antes de su destitución, Gaizka Garitano. Tuvo que encajar una copiosa ración de palos por contar algo que los resultados ponían de relieve en aquellas fechas. Ya para entonces, el vizcaino era diana habitual de las críticas más aceradas y, en un contexto tan desagradable, su ramalazo de sinceridad sentó a cuerno quemado.

Esta vez, ejercer de notario de la realidad, no le va a pasar factura a Marcelino Por más que sus palabras sean un modo explícito de asumir que las cosas no han ido lo bien que esperaban la afición, el club y él mismo. El equipo se ha caído, se le ha caído, ni siquiera ha sabido capaz de rentabilizar la ola a la que se subió en la Supercopa. No ha podido aprovechar una inercia que se antojaba ideal para presentarse en condiciones de conquistar la final del pasado día 3, que pasará a la historia como la peor posible atendiendo al nivel de ambos contendientes y especialmente al desenlace.

Lo malo es que si se da por hecho que nada hay que rascar en la liga, automáticamente la segunda final de Copa se convierte en el último examen de la temporada. Todo o nada. Más allá de la trascendencia deportiva y su derivada económica, aspectos que a nadie se le escapan, lo nuclear en las horas previas a su celebración y principal motivo de preocupación, es la nula fiabilidad que transmite el Athletic. Y a las consecuencias de haber llegado debilitado a la fase culminante del curso, se añade la identidad del adversario. El Barcelona, que era el favorito, lo es más si cabe porque ha dejado atrás las dudas, acumula un par de meses practicando un fútbol convincente y, con la liga en el aire, está obligado asegurar un título.