UNQUE la secuencia de partidos contra el Levante invite a anticiparse a lo que deparará la vuelta de las semifinales de Copa, las probabilidades de errar el pronóstico se han disparado. Después de dos duelos en quince días, uno en Bilbao y el otro en Valencia, las incógnitas se imponen a las certezas. Casi lo único que no admite debate es que el duelo por una plaza en la final se presenta muy abierto. Tampoco puede negarse la ventaja objetiva con que cuenta el Levante gracias al gol que marcó en San Mamés, factor este que condiciona la cita del jueves siquiera parcialmente.

Lo ocurrido desde que se oficializó el emparejamiento hasta hoy podría enunciarse como una rebaja en las expectativas. Aquella alegría inicial por haber evitado en el sorteo a los rivales más complicados, ha sido reemplazada por el escepticismo. La convicción que concedía al Athletic la vitola de favorito no ha desaparecido del todo, pero ha perdido algo de fuerza. Y el motivo fundamental sería el expuesto por Marcelino el viernes, cuando manifestó que estaba "hasta las narices de empates a uno". El equipo no acaba de redondear sus actuaciones, le faltan victorias que den sentido a la propuesta futbolística y esto sin duda compromete sus opciones. Nunca está lejos de ganar, de hecho suele encaminar correctamente sus aspiraciones y cuando no acierta desde el principio, exhibe mentalidad y recursos para corregir el rumbo sobre la marcha y así acariciar el éxito. Pero...

El origen de las decepciones no se localiza en la actitud, sino en la aptitud. Escuchar que los rivales logran gol con muy poco, mientras que en el área contraria apenas se rentabiliza el flujo de juego, normalmente superior al del oponente, remite de inmediato a la etapa anterior. Marcelino empieza a repetir el discurso de Garitano. Pese a que la predisposición del equipo no sea comparable con un técnico y con el otro, en sus análisis ambos inciden en los mismos defectos. Coinciden a la hora de los lamentos.

A Marcelino le asiste toda la razón cuando se queja del elevado coste que conlleva la comisión de errores, una rutina que ensucia y devalúa el comportamiento global de sus jugadores partido sí y partido también. Es comprensible la frustración que siente por el hecho de ganar tan pocas veces cuando siempre se va de cara a por el triunfo. En un par de meses ha logrado restaurar la autoestima del grupo, pero todavía le queda trabajo por delante para convertir al Athletic en un conjunto fiable. El afán por desarrollar a fondo la faceta ofensiva, aparte de pintar una sonrisa en el rostro de la afición, ha servido para que los jugadores se explayen y la mayoría dé una medida más convincente. El equipo compite mejor que antes, pero ese salto no es suficiente en términos de regularidad según revelan los marcadores.

Mientras se van puliendo hábitos y ajustando piezas, tarea que requeriría un calendario más amable, al menos el equipo se va beneficiando de las nuevas directrices. Pese a que no exprime como debería su llegada a zona de remate, no puede obviarse que el empeño invertido le ha permitido eludir bastantes situaciones desfavorables. Son unos cuantos ya los goles conseguidos cuando los partidos se tuercen o todo parece perdido. Los golpes de suerte existen en el fútbol, pero dejan de serlo a fuerza de repetirse para convertirse en un premio a la perseverancia o el arrojo. Es una de las lecciones a extraer del proceso en que se ha embarcado con Marcelino.

Volviendo a la semifinal, se da por supuesto que el jueves saltará al Ciutat de Valencia un Athletic ajeno a la especulación, dispuesto a cargar con la iniciativa en la esperanza de voltear lo más rápido posible el resultado de la ida. Lo ocurrido el pasado viernes no fue un ensayo, solo la manera que tiene el equipo de gestionar los partidos. En este sentido, no extrañaría que fuese el Levante quien introdujese modificaciones tácticas. Es el método que practica el inquieto Paco López, para quien cada cita pide un tratamiento singular que moldea a partir de un incesante baile de nombres: seis o siete novedades de inicio y gran participación de los suplentes en las segundas mitades. Después de 180 minutos con este funcionamiento, quizá el Levante no haya desmentido que su potencial es inferior al del Athletic, pero lo cierto es que ha impedido que eso se plasme. Lo prueba el hecho de que haya amarrado sendos empates. Además, el conquistado en San Mamés le otorga el privilegio de llegar al jueves en condiciones de dejar en evidencia a quien le adjudicaba el rol de víctima.