L de Sevilla merece ser calificado como el partido más extraño de cuantos el Athletic. Le distingue su desenlace porque resultó del todo sorprendente, tanto que en absoluto respondió a lo presenciado durante dos terceras partes del mismo. Otros días se vio venir el resultado. Cada derrota pareció cantada y en las victorias sobre el Eibar y el Levante podría decirse que también se cumplió una expectativa razonable, especialmente en la segunda, que pese a que tardó en materializarse, coincide con la actuación más convincente brindada por el equipo.

Del montón de factores que influyen en un partido cabría afirmar que este pasado sábado el que condicionó de principio a fin el desempeño de los equipos fue el anímico. Uno estaba convencido de su poderío y el otro compareció envuelto en el miedo, inseguro. Estas disposiciones, plasmadas con gran nitidez a lo largo de la primera hora de juego, se invirtieron en la fase decisiva dando lugar a una voltereta de esas que deja boquiabierto al espectador. Para el Athletic estaba en juego algo más importante que los tres puntos, que ya es decir con la necesidad que le embargaba en este sentido. Tal como fue la cosa, hasta hubiera dado por bueno el empate logrado a un cuarto de hora de la conclusión. Pero la cita tenía un trasfondo singular que a nadie se le escapaba. El entrenador y los jugadores eran muy conscientes de que en esos noventa minutos se examinaba su estado real, si estaban capacitados para reaccionar o, por el contrario, se veían superados por las circunstancias derivadas de las seis jornadas previas.

Así, al descanso no cabía descartar nada. Desde luego, no la derrota, que se antojaba inevitable, e invitaba a temer consecuencias drásticas vista la impotencia del grupo. Fue evidente que la gravedad del momento atenazó a los futbolistas ya en el inicio. Para enderezar el rumbo deberían haber desplegado sus virtudes clásicas, léase intensidad, agresividad, disciplina táctica, derroche físico. Vistos los desajustes y la escasa inspiración de tardes anteriores, esa era la única fórmula a mano para transmitirle al Sevilla el mensaje de que venderían cara su piel. No hubo manera de que asomasen esa aspereza y tesón imprescindibles, de modo que el rival pudo trabajar a sus anchas y establecer una distancia sobre la hierba muy por encima de que figuró en el marcador.

Pensar que la continuidad de Garitano estuvo en el alero a mitad de partido no es exagerado. El tramo siguiente tampoco trajo esperanza. Al revés. Cada minuto consumido sin que se intuyese siquiera la reacción era una especie de funesta cuenta atrás. Pero el fútbol llevado al límite alienta más si cabe lo imprevisible y por motivos obvios nadie había en San Mamés que desease una transformación radical del panorama más que el entrenador local.

Le había fallado la propuesta original, que incluyó sin suerte dos noticias, una de ellas, Zarraga, impensable. Visto el cariz que adquirió el encuentro, puso a calentar a dos suplentes mientras los titulares tomaban aire en la caseta y tardó poco en meterles. El Sevilla había acariciado ya el 0-2. Hubo una ligera mejoría, insuficiente, por lo que no esperó a realizar otra doble sustitución. Entonces sí que el Athletic dio un paso adelante. El duelo adquirió otro aspecto. Curiosamente, Garitano prescindió de algunas de sus vacas sagradas para negociar la fase más complicada, retiró al goleador, al ancla y al fichaje, y se acordó de jugadores que estaban desaparecidos, como Villalibre o Vesga y más tarde Sancet. Todos contribuyeron, también Muniain, que además de hacer gol asumió la jerarquía que se le adjudica y a menudo se le escurre.

Se demostró que es posible gestionar la plantilla de un modo diferente, que casi la totalidad de los hombres son intercambiables, que el recurso de los cinco cambios puede ser la solución para salir de apuros y, por qué no, para eludirlos.

En definitiva, la angustiosa victoria probó que hay más cera de la que arde. Tras el alivio, convendría reflexionar y reconocer que es tiempo de alterar los usos y costumbres que se han instalado en el Athletic dando pie a una coyuntura descorazonadora. No siempre la fortuna va echar un capote, no siempre el equipo va a salir a flote con el agua a la altura del cuello, no siempre su entrenador va a recobrar parte del crédito perdido. Sucedió frente al Sevilla igual que pudo no haber sucedido y entonces, de qué estaríamos hablando ahora. En la victoria y en la derrota, los responsables son los mismos, pero quien escoge el camino a seguir es el entrenador.