N la feria del Athletic la caseta de moda es la del pimpampum. La disparidad de criterios existe, la frustración ha alcanzando tal punto que el objetivo del público asistente es múltiple, no se conforma con desahogarse apuntando a un único muñeco. Pero qué duda cabe que la diana que concentra la mayor parte de los pelotazos es la que representa a Gaizka Garitano. Nada nuevo bajo el sol. Cuando un equipo pierde tres partidos de cuatro frente a rivales del montón y además de mala manera, suele pasar que el entrenador, el eslabón más débil de la cadena, carga con la penitencia.

A quienes no siguen a diario al equipo, se les hará raro que en un club tan serio se esté planteando prescindir del responsable en la cuarta jornada de un campeonato que consta de 38. Así expuesto, sin más datos, sí que resulta llamativo, pero basta con retrotraerse en el tiempo para entender el impulso que ha cobrado una corriente de opinión que, por lo que se palpa en la calle, no deja de ganar adeptos. Sucede que una parte del entorno del Athletic se ha cansado de ver lo que ve sobre el campo y no solo en los últimos cuatro partidos.

Los defraudados consideran que este inicio del curso no es sino una mera prolongación de un estado de cosas que ya sembró dudas y malestar a lo largo de la campaña anterior, cuyo balance quedó maquillado por el billete para la final de Copa. Se dice lo de maquillado porque es evidente que dicho logro y pasando de puntillas por cómo se gestó, en absoluto ha colmado el sentimiento de inquietud e incomodidad del que participa mucha gente asistiendo a las evoluciones de los jugadores en demasiados partidos.

Es de lo que se le acusa a Garitano, de ser incapaz de reactivar al grupo y de que este no emita síntomas que eleven el ánimo y alimenten una expectativa de futuro que sea mínimamente sugestiva, que ilusione. De ahí que se haya extendido el convencimiento de que el proyecto que dirige está agotado. No se percibe un crecimiento, una mejora, aunque sea leve, que incluya la superación de una serie de tics que han convertido a los rojiblancos en un disco rallado y de sonido rancio.

A Garitano se le debe agradecimiento por la labor que realizó al suplir al errático Berizzo. Obtuvo unos resultados que sorprendieron a propios y extraños tirando de sentido común. Se aferró al abecé del fútbol y no se conformó con huir de la zona de peligro, un objetivo que tampoco era una utopía como se demostró, pues el equipo llegó a coquetear con Europa. La plaza que daba premio se escurrió en el mes que cerraba la competición porque tras protagonizar una escalada impactante faltó energía para poner la guinda.

El curso siguiente empezó a detectarse que el nivel competitivo del equipo se resentía. El Athletic continuó siendo duro de pelar con frecuencia, pero la gestión de la plantilla fue en detrimento de la calidad del juego y también de la fiabilidad. No es que dejase el equipo de practicar un fútbol atractivo, dado que no era ese su rasgo diferencial, pero fue adoptando un perfil más gris, funcionarial, y no se apreció avance alguno en aspectos asociados con la valentía o el convencimiento y que inciden de lleno en la asignatura pendiente, el gol. Lo descrito se fundamentó en un método que dividía el vestuario en dos grupos, los fijos y el resto, perteneciendo al segundo los más jóvenes.

¿Qué pasa ahora? La semana pasada es ilustrativa: lo mismo. Tres partidos en siete días y en los tres, idéntica alineación, la habitual podría decirse, con la salvedad de que hubo dos cambios en el tercero, justo los primeros sustituidos para meter a los titulares que faltaron. Empecinarse en utilizar a toda costa unos hombres al margen de su forma física o su momento de juego porque ser quienes son, vuelve a poner de manifiesto cuál es el problema del Athletic. Lo presenciado, cuál es su dimensión.