A falta menos. El sábado se dará el pistoletazo de salida al fútbol experimental en su fase más avanzada. Estamos todos convocados para presenciar el Borussia Dortmund-Schalke 04, cita inaugural del campeonato de obligada referencia. Por delante, un mes para especializarnos en Bundesliga, mientras el resto de los países se afana en recorrer la senda marcada por Alemania. Emular su grado de eficiencia es el sueño de los aficionados, de los clubes y de los jugadores, pero sobre todo de Javier Tebas. No debe existir nadie más empeñado en el retorno de la competición que el amo de LaLiga. Está dispuesto a lo que sea con tal de que volvamos a sentarnos ante la televisión por espacio de dos o más horas y, además, a diario.

Sus últimas declaraciones delatan una ansiedad que asusta. Gasta una vehemencia que más que aconsejar, obliga a ponerte en guardia si tienes dos dedos de frente. Es posible que hasta se haya traicionado a sí mismo, aunque le da igual, con un discurso que bien podría llevar por título "Todo vale". En sus desvelos por poner en marcha la industria (término que empleó con absoluta precisión) del fútbol no reparó en utilizar toda su munición. Mezcló aspectos organizativos con opiniones científicas; extrajo conclusiones gratuitas y favorables a sus intereses, por supuesto, partiendo de premisas dudosas o irreales; lanzó advertencias en forma de amenaza directa a los teóricos protagonistas de esta historia, tampoco los clubes se salvaron de la quema; adelantó planes que nadie controlaba y llegó a cuestionar la idoneidad de medidas en principio innegociables, según reza el protocolo pactado con el Gobierno.

Hay que empezar por algún lado el análisis de un cúmulo de mensajes sin desperdicio, así que, como ya se ha apuntado más arriba, sirva de saque su afirmación de que "habrá fútbol todos los días". "Todos" querrá decir que también los lunes. Si se sale con la suya, y se agarrará a la situación de excepcionalidad para reivindicarla, revocará un fallo judicial reciente que, en contra de su voluntad, daba la razón a la Federación Española. La primera en el morro de Luis Rubiales, su gran enemigo.

Bastante más grave fue la reflexión que condujo a Tebas a deslizar que los partidos podrían arrancar el 12 de junio. Se apoyó en el número de positivos en la primera oleada de test, ocho sobre 2.500, muy por debajo de su propia previsión, para ganar una semana. Una semana que lógicamente se resta del plan de puesta a punto de los equipos. Tras el encierro forzoso de siete semanas, un mes es un plazo insuficiente para acondicionar las piernas y la mente de los jugadores. Lo han dicho por activa y pasiva los que visten de corto y los técnicos que dirigen su trabajo.

Tebas se valió de los resultados de los test para concluir que la vuelta del campeonato estaba garantizada. Vino a decir que con tan pocos casos es impensable que se registren infecciones en una proporción que cuestione la viabilidad de su proyecto, y si se produjesen la culpa sería atribuible exclusivamente a los jugadores, por negligentes en sus centros de trabajo o imprudentes en sus domicilios. Lo adornó asegurando que el peligro de contaminarse es superior "en casa que en un partido". Una perla en la línea de aquella de que "es más peligroso ir a la farmacia que a entrenar". Fiel a su estilo, Tebas elude toda responsabilidad: impecable en su proceder, son los demás quienes cometen errores o son ineptos.

Con su sarta de frases supuestamente ingeniosas, dio a entender que sabe incluso aquello que los científicos reconocen no saber sobre el comportamiento del virus. Por ello y porque maniobrando es insuperable, hasta se permitió el lujo mostrarse flexible con las concentraciones de las plantillas previas a empezar a jugar, un trámite al que son reacios los jugadores. Ejemplo práctico de la táctica del palo y la zanahoria. Por rescatar la liga, lo que sea necesario. Vale todo.

En fin, cómo no pensar que el fútbol tiene los dirigentes que se merece.