LA superación de penalidades alimenta el espíritu y moldea el carácter. Desde que está dirigido por Garitano, el Athletic encaja en ese perfil de colectivo que destaca por la generosidad en el esfuerzo y una enorme capacidad agonística, término este último que el diccionario enuncia como "ciencia de los combates" o "arte de los atletas". El sufrimiento como método o guía para aspirar al triunfo o, en su defecto, evitar la derrota aparece como eje de la propuesta del equipo. Ninguna otra característica cincela el perfil rojiblanco mejor que la resistencia a sacar la bandera blanca, constante que se traduce en un porcentaje muy estimable de marcadores favorables.

Competir es el verbo que mejor conjuga la plantilla. Con diferencia. Y su manera de competir está orientada a minimizar daños. Ha aprendido a defenderse y va alternando versiones, tardes solventes con otras en que se protege panza arriba, pero con su comportamiento global se ha labrado una reputación de enemigo indeseable, molesto, inaccesible. En suma, aunque en la hoja de servicios no falte algún petardazo, el Athletic garantiza un nivel medio que se traduce en una existencia bastante confortable.

Los números son suficientemente claros, no hay discusión. En año y medio ha ganado o empatado con una frecuencia envidiable, para satisfacción de los que se reclaman resultadistas y consuelo de aquellos que quieren ver más cosas sobre la hierba y creen que no están pidiendo peras al olmo. Aquí sí habría materia para abrir un debate o dos, pero centrándonos en la rabiosa actualidad resulta oportuno profundizar en las reacciones a las dos rondas coperas recién superadas.

El recurso de la hemeroteca ha servido para apuntalar el optimismo casi eufórico que suelen activar los trances que ponen a prueba el corazón y acaban felizmente. En la campaña 83-84, el Athletic se proclamó campeón tras dos eliminatorias resueltas en la tanda de penaltis. Listo, para qué quieres más: con tan valioso dato en la mano, el augurio que muchos barajaron tras despachar al Elche y, sobre todo, al Tenerife adquiere entidad matemática.

Bien, figurar en el bombo de los cuartos de final da derecho a ilusionarse, a soñar, a creer. ¿Por qué no otra vez si está demostrada la naturaleza cíclica de la historia? Ocurrió entonces, por lo tanto nos hallamos en la antesala de un título. Y, lo que es más importante, este Athletic acredita casta, orgullo, inconformismo, amor propio, entrega y huevos para exportar. Es lo que encabeza el análisis de profesionales (del fútbol y de la información) y aficionados. La formidable liberación de tensiones y miedos generada por la ejecución del penalti determinante, a cargo de Vesga y de Villalibre sucesivamente, constituye la disculpa perfecta para pasar de puntillas por otros aspectos menos sugerentes, desprovistos de toda épica.

En pleno subidón se tiende a obviar alegremente la vertiente negativa de dos partidos que se complicaron hasta límites insospechados a causa de los errores, de concepto y puntuales, que cometió el equipo frente a rivales de inferior categoría que, encima, presentaron alineaciones plagadas de suplentes. El tesón de los jugadores y grandes dosis de fortuna se combinaron para remediar lo que se antojaba irremediable: sendas derrotas ganadas a pulso y el adiós al torneo. Estar vivo después de semejantes odiseas quizá legitime una candidatura seria al título, pero no sin una mejora sustancial en el rendimiento.