Pasa el verano, se acerca el otoño, se van las golondrinas. Vuelven el curso y las tareas, el tiempo y las prisas. Y estos desmañados escritos. Acucian los interrogantes que nunca se fueron: ¿Se abrirá camino la paz en la justicia? ¿Hallará la vida respiro en la Tierra, comunión de vivientes?

Vuelvo los ojos, repaso los meses y arrecian las dudas. También este verano, centenares de niños, mujeres y hombres, fugitivos de la guerra y de la miseria, se han ahogado en el Mediterráneo, rodeado de placenteras playas de sol y turistas. El Open Arms, arca de salvación de 60.000 personas, ha quedado varado en el puerto de Lampedusa, amarrado por intereses y contradicciones. Miles de hectáreas han ardido en la Amazonia, por pequeños fuegos de indígenas que necesitan un trocito de tierra para vivir, y por gigantescos incendios provocados por la impúdica codicia empresarial. Pero ni las muertes del Mediterráneo, ni la retención del Opens Arms ni los incendios veraniegos de la Amazonia son puntuales. Son síntomas locales de una catástrofe planetaria. ¿Será imparable? Mientras tanto, la cumbre del G-7, reunida en la bella Biarritz, ha sido lo que esperábamos: vergonzosa parodia del desgobierno mundial, cínica exhibición de su hegemonía menguante, evidencia creciente de su fracaso ético y político. Saben que nos conducen al caos. ¿Será inevitable? Perdón por el tono apocalíptico, que nada parece justificar en este día apacible, en esta preciosa localidad de Aizarna, donde los niños juegan sin cesar en su hermosa plaza. Todo parece paz y armonía. Y lo es realmente, ¡benditos los ojos que lo ven! Pero a la vez, la invade la inquietud. Me pregunto por el futuro de esos niños, de esas madres y padres jóvenes que charlan tranquilamente, sentados en corro, saboreando sus últimos días de vacación. Me asustan las sombras del horizonte. Los gemidos que suben del fondo se mezclan con las risas despreocupadas de la plaza, y perturban la paz de los verdes bosques y prados al otro lado. Y resuena en los oídos la voz resuelta de aquel joven profeta, Jesús de Galilea: “No os inquietéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos? Levantad la cabeza. Se acerca vuestra liberación”. Así sea. Pero será preciso que implantemos una nueva economía. Una economía sin tanto desecho y basura, sin tanta competición y prisa, ni exclusión ni muerte. Una economía equitativa, sobria y solidaria. Una economía humana y feliz, verde como la vida. ¿O preferiremos seguir progresando hacia un mundo cada vez más inclemente y agobiado? El profeta grita en el desierto: “Preparad el camino”.

Será preciso que reinventemos la política, los partidos, la democracia. Un gobierno mundial democrático, libre de la dictadura financiera de unos desalmados. Será preciso que cuidemos el empleo y todas las condiciones laborales. ¿Qué será del mundo cuando, pronto, los robots hagan las labores que hoy nos ocupan? ¿Cómo se procurarán el pan y los pequeños placeres necesarios de cada día los hijos de Itziar y de todos esos padres sentados en corro? Será preciso que afirmemos con hechos una ciudadanía universal, la igualdad de derechos de todos los seres humanos, más allá de las fronteras estatales, imposiciones violentas del poder desde su origen hasta hoy. Que nadie pueda decir: “Esto es nuestro. Primero nosotros, luego los extranjeros, si caben, si nos conviene”. Será preciso que reconduzcamos el rumbo de esta pobre especie humana que llamamos Sapiens. Que seamos más sabios. Que aprendamos a utilizar mejor las inmensas capacidades de nuestro pequeño cerebro, y las insospechables posibilidades que nos brindan las ciencias de la información y de la vida. Y avancemos hacia una nueva especie, sea humana, hiperhumana o post-humana, pero más humilde, libre y fraterna, más feliz. Si queremos, podremos.

El Espíritu de la vida gime en el corazón de las criaturas. Es el aliento vital originario, más poderoso que todas las fuerzas enemigas de la vida. Es el respiro que sostiene la esperanza desde el corazón de la Tierra hasta la galaxia más lejana.