T RES de los negros nubarrones que afronta la sociedad: desempleo, desigualdad y, en consecuencia, el rol de los distintos agentes implicados en ambos, ocupan la atención mediática en la breve tregua entre campañas electorales. Desafío nada novedoso, desgraciadamente, pero que obliga a explorar nuevas líneas de pensamiento, estrategias integradas de actuación y redoblados esfuerzos, si cabe, para su mitigación, por no decir, solución definitiva, que hoy se antoja remota.

La inevitable mala práctica de la publicación mensual de las tasas de paro, ocupación y cotizantes a la seguridad social, enturbiada por la escasa explicación y matices diferenciadores de información según sean de paro registrado, paro en relación con la actividad o EPA, no solo confunde, sino que da lugar a diferentes posiciones mediáticas, sindicales, políticas, empresariales, académicas o institucionales, reiterando datos fríos, y mismas soluciones a la espera de un nuevo ranking que desgraciadamente, no modificará de forma sustancial la realidad.

En esta ocasión, los grandes titulares partían de un mensaje positivo: “disminuye el desempleo, aumenta la ocupación y el número de cotizantes a la seguridad social”? pero, acompañado, de inmediato, de toda una batería de matices desde diferentes ópticas, que no difieren, mes tras mes: “se crea empleo pero precario”, “resultados estacionales y un tanto artificiales”, “no reflejan la realidad del desempleo real”, “la sanidad, educación pública y gobiernos deben incrementar plantillas y salarios para paliar el desempleo y la precariedad”, “las empresas no cumplen con su responsabilidad y no están creando empleo de calidad”, “han de acometerse reformas fundamentales”... De esta forma la, en principio, buena noticia coyuntural se ve rápidamente empañada por contundentes frases que llevan a una profunda preocupación: ¿Quién tiene razón? De una u otra forma todos y, uno por uno, afirmación por afirmación, ninguno. La realidad es que la tasa de desempleo en el Estado español se mida como se mida, es la segunda más elevada de Europa y la primera si de paro juvenil se trata.

Ni hay una receta mágica ni puede entenderse como responsabilidad parcial y única de nadie. El mercado de trabajo es un sistema complejo que múltiples jugadores además de todo tipo de variables y condiciones (propias y exógenas) terminan por definir. Mientras pongamos el acento en señalar culpables únicos (los demás) no seremos capaces de superar la lacra del desempleo.

Si presuponemos que España tiene un modelo económico (buscado o existente, sin más), debemos concluir que es nefasto e ineficiente para generar un empleo estable, de calidad, acorde a las competencias y capacidades de la gente demandante de un trabajo. Mientras las tantas veces anunciadas y no aplicadas apuestas se queden en declaraciones o acciones parciales y aisladas y no sean objeto de una profunda revisión desde la reflexión objetiva sobre su capacidad real de crear empleo inclusivo, de calidad y sostenible, seguiremos, mes tras mes, dando vueltas sobre el mismo debate, confiando en un escenario mágico que, algún día, sin saberlo, ni provocarlo ofrezca resultados.

No hay un solo gobierno en el mundo, sea del nivel institucional o color que sea, que no implante programas y medidas en favor del empleo. No existe empresa alguna que no aspire a crear empleo y no hay Escuela/Universidad que no pretenda la mayor y mejor empleabilidad de sus alumnos. Ahora bien, ¿cómo lo estamos haciendo? ¿Existe la coherencia entre nuestras aspiraciones con los políticos, objetivos, intensidad, recursos y compromisos en curso? Ciertamente, no. Su no solución lo demuestra.

De una u otra forma, todos nos adherirnos a una apuesta por un empleo digno y de calidad, con la mayor estabilidad y sostenibilidad posible, suficientemente retribuido y acorde con la cualificación, aspiración y necesidades de las personas. Ahora bien, ¿cómo crearlo y garantizarlo? ¿Cómo convertir nuestra aspiración colectiva en resultados tangibles?

Con este gran desafío de fondo, asistimos, día a día, a datos, informes, ejemplos que profundizan en las claves e impactos negativos que inciden en la alarma generalizada. Esta semana se anuncian nada menos que 6.000 rescisiones de contratos en la banca. Dos entidades bancarias ejecutarán expedientes de rescisión, llamadas por comparación con otros trabajadores “EREs de Oro”, dirigidos a todos sus empleados mayores de 52 años. Este caso se une a los 90.000 despidos (y/o prejubilaciones negociadas) de la banca española desde el año 2008 con el inicio de la última crisis. La transformación digital, la alta concentración bancaria en “5 grandes jugadores globales” y “la creciente urbanización” explicarían estas decisiones en un momento en el que la banca española declara beneficios por encima de los 20.000 millones anuales. Beneficios imprescindibles para sostener el crecimiento viable de su actividad. El Banco de España, su principal regulador, se ha apresurado a señalar que son pasos aún tímidos y que el esfuerzo transformador deberá acelerarse o intensificarse hacia una modernización eficiente del sector.

Este anuncio coincide con una reciente publicación de la OCDE, Skills Outlook 2019, en el que propone una serie de recomendaciones para abordar “el potencial de oportunidades que la transformación digital conlleva”, mitigando el impacto negativo y desigual que puede generar en industrias, países y personas. Para el caso de la economía española emite un mensaje desolador: “menos del 25% de su población, entre 16 y 65 años, está preparada para el futuro”, destacando que un 64% de los profesores necesitan reciclarse en cuanto a su formación en tecnologías de la información. No cabe sino abordar un esfuerzo extraordinario de reforma en el sistema educativo y de aprendizaje, en el mundo laboral y su organización y, por supuesto, en un renovado y amplio sistema de protección social que acompañe un, en todo caso, complejo tránsito hacia nuevos futuros esperables.

Así, en los próximos días, Bilbao será capital mundial de la inversión responsable en la III Edición del Biscay ESG Global Summit, encuentro de empresas e instituciones inversoras comprometidas con el medio ambiente, la sostenibilidad, los desafíos sociales desde las diferentes corporaciones. Ya en el nacimiento de la mencionada iniciativa Shared Value, Michael E. Porter señalaba como punto de inflexión la necesidad de convencer a los grandes inversores, financieras globales, del valor -también para ellos- de invertir en empresas con estrategia y propósito de valor compartido. En un rompedor informe en 2014, How Banks profit by rethinking their purpose (Cómo hacer la banca rentable repensando su propósito), con la participación de varios bancos punteros, repensaban sus estrategias y proponían diversos escenarios de transformación estratégica para reinventar la banca, la inversión y su interacción empresa-sociedad.

Hoy, BlackRock, principal banca de inversión global, propone su inversión sostenible y afirma en su apuesta estratégica: “se trata de invertir en el futuro y en reconocer que las empresas que resuelven los mayores desafíos a los que se enfrenta la humanidad podrían estar mejor posicionadas para crecer. Se trata de promover nuevas formas de hacer negocios y de crear una tendencia que anime a más personas e instituciones a invertir en el futuro que estamos creando juntos”. En su informe Sostenibilidad: El futuro de la inversión afirman que, si bien en el pasado invertir en una u otra empresa o iniciativa suponía sacrificar valor a cambio de valores, hoy no es el caso. Hoy, y, sobre todo mañana, las empresas más rentables serán aquellas que hagan de sus estrategias de co-creación de valor y su respuesta, medible a los desafíos sociales, medio ambientales y de gobierno, el verdadero hilo conductor de su propósito. La banca hoy, toda industria mañana.

Quizás, paso a paso, con este imparable movimiento inconformista con la realidad observable, encontremos la manera de afrontar tan graves desafíos como estos que nos ocupan. Diferentes roles y responsabilidades, de unos y otros, en un marco de coherencia.