Admito que puedo estar fijándome en lo anecdótico frente a, por ejemplo, el tufo a invasión competencial que implica haber echado mano de algo que huele bastante, como se ha señalado, a 155. Ocurre que en esta pesadilla excepcional que estamos enfrentando, lo simbólico tiene un papel casi a la altura de lo ejecutivo. Sencillamente, no es de recibo cantarle las mañanas a la ciudadanía con la importancia decisiva de extremar unas precauciones que te saltas a la torera. Y peor todavía, como ha sido el caso, si cuando te lo afean te pones farruco y alegas que te han hecho un análisis extra, mientras la gente se deja el dedo y la paciencia para que le atiendan una sola vez en los teléfonos habilitados.

Y en cuanto al contenido de la medida, bienvenido sea, insisto. Ahora falta que se haga cumplir de modo efectivo. Es tremendo tener que reconocer que bastantes de nuestros congéneres necesita que les prohíban las cosas más elementales porque no es capaz de dejar de hacerlas voluntariamente.