TIC, tac, tic, tac. Aquí seguimos, esperando a Godot-Sánchez, que con su puntito de divo, se ha reservado una aparición estelar para anunciar lo que ya nos llevan contando desde hace un buen rato sus arcángeles, es decir, que no hay más bemoles que convocar elecciones generales. Queda el detalle nada menor de la fecha, que sea la que sea, será mala. Porque es demasiado pronto, demasiado tarde, porque está muy pegada a las otras citas con las urnas o muy distante o porque las hace coincidir en el domingazo y será un pifostio del quince. Cada cual encontrará su motivo para poner a bajar de un burro al todavía presidente del Gobierno español, lo que, conociendo el peculiar funcionamiento de las filias y las fobias políticas, a él le vendrá de cine. Aprovechará, no lo duden, la baza del martirologio. Que si nadie me quiere, que si todos se han puesto de acuerdo para tumbarme, y que quienes han propiciado su claudicación se arrepentirán de haberlo hecho cuando el trifascio sume los votos necesarios para ocupar los bancos azules del Congreso de los Diputados. Algo de razón tendrá, no digo que no, pero al mismo tiempo, me permito señalar que esta tocata y fuga libera al individuo de las mil y una promesas imposibles de cumplir que llevaba acumuladas desde que se hizo con el bastón de mando. Menuda excusatio non petita del tamaño de la catedral de Burgos, la nota emitida desde Moncloa con la lista de proyectos que se van por el desagüe, desde la eliminación del copago farmacéutico a la ampliación del permiso de paternidad, pasando, cómo no, por la exhumación de los residuos de Franco. He ahí un programa electoral.