Pedro Sánchez sigue a lo suyo. El reto son los Presupuestos, la auténtica garantía de su continuidad. Una vez que los apruebe, la bola rodará sola. Pragmático como nadie, hace bien los deberes que le mandan. ERC se los dejó muy claro desde el primer día. Por eso, cuando quiso ir por libre, vino Rufián y le puso en su sitio en un abrir y cerrar de ojos mediante una rectificación sonrojante, que a él, sin embargo, no le importó. Las contradicciones son marca propia. Aquel candidato que en el pasado noviembre iba a traer de las orejas al prófugo Puigdemont para que la justicia le castigase es ahora el presidente del diálogo que, afortunadamente, rompe el hielo de tan absurda incomunicación reuniéndose con el genuino representante catalán de la indomable rebelión institucional. Eso sí, todo sin una sonrisa y, por supuesto, con el guiño de la bandera rojigualda al aire en la sede central de la propia Generalitat. Tan solo Iván Redondo se salió del guion de la estratégica prudencia contenida del bando español por culpa de esa inesperada reverencia a Quim Torra, reservada únicamente al rey y que se ha convertido en un merecido caldo de incontables memes.

No hubo heridos ni derrotados en la gran cita. Tampoco convulsiones. No se esperaba mucho más, pero le sobran interpretaciones a tan significativo gesto. El encuentro ya es bastante simbólico por sí mismo y provoca una inmediata lectura política de luces largas. Aquella mayoría que invistió en enero al candidato socialista como dique de contención a la derecha se refuerza así para desesperación de una derecha que seguirá arrinconada en el quejido permanente esgrimiendo el espíritu de la ley. Esta visibilidad del diálogo por encima de las diferencias de parte -algunas insalvables para mucho tiempo- no deja indiferente a nadie. A sus impulsores, porque les ratifica en su apuesta de la búsqueda de una salida negociada a un conflicto enquistado. A sus detractores, porque acusan cómo Sánchez, su auténtica bestia negra, toma el suficiente oxígeno para seguir envalentonándose y, sobre todo, despreciar sus permanentes desaires en el Parlamento y en los medios. Ahora bien, por encima de todos, descolla la felicidad de ERC. Nunca una ausencia física en el sofá consiguió tanto rédito. En el fondo, supone la recompensa al indudable riesgo que entrañaba -y lo seguirá siendo- una apuesta de entendimiento con el represor español. Es un botín muy preciado a escasos meses de las próximas elecciones catalanas. Bien lo sabe JxCat mientras sigue a la búsqueda de un candidato aguerrido en las formas y permeable para los recados. Así ha acabado sus días aquel conservadurismo pujolista de las ricas zonas de Sarrià, Pedralbes y Sant Gervasi.

Es probable que las sacudidas de la Copa hayan distraído el indudable efecto mediático de la reunión de Barcelona. A algunos, quizá, hasta les ha venido bien el frenesí futbolístico para rebajar la trascendencia de una visita calculada por las dos partes para que no descarrilara por incómodas excentricidades. Ni una flor amarilla esta vez. Ya nada será igual aunque lo disimulen. Torra seguirá hablando de represión, amnistía y autodeterminación, pero dentro del redil del diálogo y de una mesa bilateral, que no de proclamas unilaterales. Ahí es donde le querían ver sus enemigos de ERC. El tacticismo republicano deja con el pie cambiado la estrategia nihilista de Puigdemont en beneficio de los intereses personalistas, que no ideológicos, de Sánchez. El gobierno de progreso camina sin mirar a los lados, ni, por supuesto, atrás. Desdeña la polémica sobre las seis versiones distintas de la visita de la vicepresidenta de Venezuela porque cree, con razón, que no es un tema de café de bar. Le importa mucho más el brote revolucionario del jornalero en pie de guerra por la dictadura de las grandes superficies que se aprovechan del sudor de su frente. Ahí es donde el discurso dialéctico de la izquierda desborda a la oposición. El momento idóneo para explicitar aquí y en la Unión Europea el apoyo entusiasta al agricultor reivindicativo en contra de la dictadura de los mercadonas de turno. Así se gana la calle ante la desesperación de una derecha que sigue sin buscar su hueco, justo en el arranque de un período legislativo donde, de verdad, tampoco se espera mucho. Lo importante, lo sabe ERC, se decidirá fuera.