LA nueva legislatura empieza con demasiados tropezones. La izquierda sigue presa de los nervios por una investidura que se le resiste en medio de un ambiente desestabilizador para el gobierno de progreso. La derecha libra a golpes y desconfianzas sin recato alguno el soterrado duelo que mantienen por delimitar su territorio. Los independentistas catalanes aprovechan cada minuto de gloria televisiva para añadir presión con sus reivindicaciones. Todos juntos en un Congreso que reverbera, dentro de una amalgama de intereses, un clima aguerrido, acuerdos imposibles y lenguajes encontrados que auguran interminables representaciones teatrales, y muy lejos de la responsabilidad por solventar los auténticos asuntos de Estado. Por eso, cuando el inefable presidente de la Mesa de Edad, Agustín Zamarrón, se puso inesperadamente de pie para pedir perdón al respetable por la repetición electoral muchos pensaron que el resto de la Cámara le debía haber acompañado en el acto de contrición.

Como ya había ocurrido en su estreno parlamentario, Vox quiso repetir el éxito mediático de madrugar para así calentar el ambiente, pero los demás también vinieron con la lección aprendida. La ultraderecha se sabe objeto de las cámaras, como en su día ocurría con cada excentricidad de los inconformistas revolucionarios de Podemos, ahora mucho más ortodoxos al acariciar la llegada al poder. La escuadrilla militar de Santiago Abascal dinamita la tranquilidad de tal modo que desquicia a sus rivales. Siempre busca el hueco. Por eso tampoco le importa que su diputado Luis Gestoso trepe por los escaños para luego caerse al suelo tras una disputa acalorada por el asiento con el empresario liberal de Ciudadanos Marcos de Quinto, indignado, claro, desde su majestuosidad con semejante osadía.

Ningún analista acreditado ni prestidigitador reconocido habrían sido capaces de imaginarse que un día la ultraderecha, aquella que todos pensaban reducida a la insignificancia hace cuatro años, tuviera ya un hueco en el control de mando del Parlamento de España. Vox supone todo un dolor de muelas para la democracia, pero también para el PP que sigue sin saber a qué carta quedarse con ellos. Le acaba de ocurrir en el juego del gato y el ratón para repartirse el poder en la siempre influyente Mesa del Congreso. Su nuevo desencuentro ha avivado sus cuitas pendientes y favorecido los intereses de la mayoría progresista, donde el PSOE, por cierto, ha antepuesto el beneficio propio de asegurarse la vicepresidencia primera a la aplicación estricta del cordón sanitario. Así las cosas, la derecha demuestra que va a librar una batalla particular en la estrategia de hostigamiento de la izquierda, dejando a Ciudadanos al albur de sus propias tribulaciones. Quizá así se explica la tabla de salvación que Inés Arrimadas busca con su agónico ofrecimiento a Pedro Sánchez que ha servido para poner de los nervios a muchos de quienes suspiran por el definitivo entendimiento de la izquierda en el poder.

En el retrovisor queda el carrusel de anécdotas de la sesión que distraen la atención en un clima político de hostigamiento entre diferentes, mucho más allá del esguince de tobillo de Adriana Lastra horas antes de pasar el trago negociador con ERC. Su despacho con JxCat era para la galería. Por eso, cuando Marta Rosique osó citar a los líderes catalanistas condenados por el procés sabía que pisaba el callo unionista mucho más que su camiseta reivindicativa por la independencia de varias autonomías. Cuando diputados soberanistas garabatearon sus papeletas hasta forzar que se repitiera una de las tediosas elecciones asumían encantados que los tuits se multiplicarían de inmediato por la nube. Cuando los acatamientos particulares iban reflejando puntuales reivindicaciones territoriales pendientes parecía presagiarse fácilmente cuál será el insoportable ambiente de beligerancia de la nueva legislatura. A las primeras de cambio, la derecha unió sus voces para denunciar una realidad que ellos mismos saben que aparece recogida en la propia esencia constitucional, pero que sus intereses ignoran para que se prolongue un enfrentamiento que nadie parece atreverse siquiera a enfriar. Con todo, esta reacción apenas será un entremés de los platos fuertes que aguardan, sobre todo si los catalanes republicanos favorecen la investidura de Sánchez, convertido sin remisión por la derecha y sus voceros en un traidor a la patria.