es muy posible que los árboles de tanta declaración desafiante no dejen ver el bosque de que se va configurando una base sólida para facilitar la investidura. La sucesión de mensajes coercitivos y hasta apocalípticos distraen la atención de la auténtica realidad.

Hay juego sin focos. Ocurre que se está haciendo con los tuits apagados y sin gargantas profundas que desestabilicen. Esta vez vienen con la lección aprendida porque tienen marcada la cara con el golpe del 10-N y no quieren otro fatídico borrón en su credibilidad. Así se explica la respuesta de baja intensidad al pulso de Catalunya, las filtraciones a cuentagotas sobre el pacto de gobierno y las intencionadas apariciones de Pedro Sánchez, sobre todo, y Pablo Iglesias. Esta vez van en serio hacia el primer gobierno de coalición tras el espíritu del 78.

El avance, real y complicado, hacia la investidura del candidato socialista pelea en un ambiente beligerante, articulado por los poderosos tentáculos del Sistema contra el pacto de la izquierda. Las permanentes descalificaciones ofensivas desparraman cualquier barra de bar más inesperado en ese Madrid ombligo del mundo. Un clima de desconfianza, cuando no de temor, por la inestabilidad parece apoderarse de la trama política, de muchos palmeros periodísticos y, lógicamente, también de la clase empresarial. El abrazo del Congreso no cuela en el imaginario colectivo. No se hace creíble para una gran mayoría, incluida esa legión de socialistas paradójicamente coetáneos del pernicioso germen de los ERE. El repentino arrebato de Sánchez hacia aquel peligroso Iglesias despierta recelos sobre su autenticidad, alimenta especulaciones sobre el verdadero objetivo de aferrarse al poder y favorece pronósticos de una limitada supervivencia.

El meollo de la cuestión gira en torno a encontrar un subterfugio para aplacar el órdago catalán. Se buscan sinónimos en el diccionario que se acerquen al entusiasmo de Pedralbes sin llegar a la euforia independentista del relator. Valdría una apariencia real de voluntad de diálogo comprometido en el tiempo que permita a ERC exhibirlo frente a la intransigencia de Waterloo como ese triunfo arrancado al Estado español. En una palabra, el blindaje necesario para que nadie sea acusado de botifler cuando haya que facilitar la elección de Sánchez. Y es posible. Hay tiempo y, además, empieza a aflorar una voluntad para el entendimiento. Más allá de esa consulta a las bases para que digan, por supuesto, que exigen negociación a cambio de abstención, los republicanos catalanes buscan un gesto elocuente que compense su desgaste. Iglesias sabe de la magnitud del envite y por eso se ha apresurado a templar gaitas con un mensaje esperanzador. Sin embargo, la trascendencia del asunto requiere una voz mucho más autorizada para el compromiso. Todos miran a La Moncloa.

Sánchez tiene argumentos en el cajón para satisfacer a ERC después de que entre bambalinas las dos partes se hayan tomado la temperatura. Queda por saber el grado de valentía que muestra en el empeño, como se preguntaba EH Bildu, muy inquieta, a su vez, de esa mesa de negociación que pudiera formarse en el Congreso ante el riesgo de quedarse con la mano en la puerta.

Mientras, la derecha vive pendiente de las astracanadas de Vox. Abascal se ha adueñado del área. Pablo Casado se siente agazapado porque está sin carta en la mano. La ultraderecha sigue arrastrando al PP hacia el lado más oscuro del discurso democrático a cambio de sostener sus gobiernos. Los últimos episodios en Madrid alcanzan los límites de la paranoia sin que nadie parezca avergonzarse en Génova. En medo de este calvario, el teórico líder de la oposición asiste incómodo a las incitaciones de barones como Núñez Feijóo que le conminan a dar un paso adelante en favor de esa abstención que evite a Sánchez el yugo del independentismo y, de paso, tranquilice a los empresarios. La patronal se tira de los pelos. Tras implorar nuevas elecciones imaginándose un clima de mínimo entendimiento entre Sánchez y una derecha civilizada le estalla en la cara un pacto de izquierdas. Esta decepción explica en gran medida la política del pataleo alarmista al que se asiste encima de muchos manteles. Hasta en los mentideros más conservadores y unionistas saben que viene un gobierno entre izquierdistas. Eso sí, no le dan dos años de vida.