COMO es de ley, hace una semana ensalzamos hasta el paroxismo las excelencias del Athletic, pues no se podía decir otra cosa de un equipo que con sus características únicas se pone de líder tras la quinta jornada. Y sin perder ni un partido, ¡y con un solo gol en contra! E invicto en San Mamés todo un año... Las hemerotecas engalanaban la celebración recordando que efemérides de ese calado no ocurrían desde 1993, cuando Jupp Heynckes y la irrupción de Julen Guerrero.

El suceso tuvo tal impacto en nuestra sociedad que incluso terciaron los entomatólogos comparando la situación con la intensa, aunque breve, vida de los insectos en el exiguo verano del Ártico. Tampoco faltaron debates filosóficos sobre la soportable levedad del ser rojiblanco y hasta el propio Gaizka Garitano se tomó una licencia: “Me pone contento que la gente esté con ganas”, dijo, ¡albricias!, antes de recobrar el rictus y volver a su habitual apelación a la prudencia.

Tenía más razón que un santo el técnico de Sondika, pero todo eso ya lo sabía de sobra la hinchada, que si hace una semana se frotaba los ojos, brindaba por el liderazgo y jaleaba a la tropa lo hacía para atrapar y regocijarse con el instante, consciente de su efímera transcendencia.

Pero una cosa es intuir que la excelsa coyuntura no daría para mucho y otra cosa pasar, así, de repente, al lado oscuro. Empatar y gracias contra el colista Leganés y luego caer sin discusión en San Mámés, el inexpugnable fortín, frente a un Valencia que parecía atribulado y sin norte. Se ha pasado en tan solo siete días del sueño al desencanto y ya se tiene añoranza hacia aquel equipo que supo doblegar al Barça en la primera jornada y superó con claridad a la Real o al Alavés.

Si en los seis primeros encuentros ligueros el Athletic supo marcar primero y luego gestionar su renta con más o menos acierto, a la que el Valencia pegó primero volvieron los fantasmas de un pesado no demasiado lejano. Desazona que Garitano justifique en los “31 centros al área de poca calidad” la derrota, como si el fútbol no tuviera más variantes que el socorrido pelotazo a la olla. Desconcierta el difícil encaje de Ibai Gómez o la evanescencia de Iker Muniain. Preocupa que Iñaki Williams busque el gol y sea incapaz de encontrarlo. Y en tiempo de zozobra, surgen otras preguntas ¿Tendrá su oportunidad Asier Villalibre?, al menos para cerciorarnos que inckluso es peor que Kenan Kodro. ¿Y Sancet? ¿Aún no ha llegado su momento?, ¿pero no habíamos quedado que la cantera sirve para buscar y encontrar respuestas?

Pero volvamos al inicio y al valor de la efímera ventura, más que nada para huir del desánimo, cualidad recurrente del hincha. Conscientes de que esto es muy largo y recuperando el sosiego, vemos que el Athletic está a tres puntos del nuevo líder, el Real Madrid, que hace nada parecía atrapado en una crisis insondable, y a tan solo uno de las plazas de Champions, o sea del Barça, otro que zozobraba, luego tan mal no está la situación. Fíjense en el Sevilla, un florilegio hace una semana, plañidero hasta anoche tras perder consecutivamente con el Madrid y en Eibar y de nuevo refulgente al salir victorioso frente a la Real Sociedad.

Y qué decir sobre los txuri-urdin, aquel día que visitaron San Mamés pavoneándose del equipazo que tienen y su dominio de los derbis en los últimos tiempos para salir hocicando, de inmediato sobreponerse con sus victorias rotundas ante el Atlético de Madrid, Espanyol y Alavés y presentarse en el Sánchez Pizjuán dispuestos a tomar el liderato liguero, y sin embargo han permitido al Sevilla resarcirse ante su público...

Transcurridas siete jornadas, el panorama futbolístico resulta desconcertante, por inédito. De habitual, Barça, Real Madrid y Atlético a estas alturas ya habían marcado territorio y ahora entre el primero, el equipo merengue, y el séptimo, el Athletic, distan únicamente tres puntos de distancia y un recién ascendido, el Granada, marcha segundo. Todo parece tan sospechosamente irreal...