DEBO reconocer que Ander Iturraspe no era santo de mi devoción (cuestión de gustos), y menos en los últimos años, cuando las lesiones acompañaron su paulatino declive hasta que con 30 años, una edad estupenda para seguir rindiendo a buen nivel en el fútbol, la directiva del club decidió no renovar al jugador por razones obvias. El centrocampista de Abadiño se fue sin hacer ruido, compartiendo aquella insípida despedida junto a Markel Susaeta y Mikel Rico nada más terminar el partido frente al Celta, último de la temporada en San Mamés. El caso es que el pasado jueves Ander decidió escribir una carta de despedida (“desde los 9 hasta los 30. Casi nada”, recuerda) para sacar de dentro y compartir el sentido identitario, toda esa mística que entraña un club tan especial. Ni un reproche. Todo lo contrario: fue la exposición de una felicidad inmensa, sabido que en su condición de jugador del Athletic ha vivido una experiencia que para sí hubiera querido cualquier hincha, aunque fuera en un trocito de partido, amén de haber ganado un buen dinero o concitar envidias y agasajos.

“No se cómo empezar esta carta de despedida. Se me hace muy raro...” confiesa Iturraspe, insinuando el vértigo que provoca abandonar un cosmos tan especial y el vértigo que produce iniciar otra aventura a la intemperie. Como saben, en la carta hace un somero repaso a sus vivencias, reparte elogios y concluye: “¡¡os echaré de menos, cuadrilla!!”

Se puede decir que Ander Iturraspe es el prototipo del jugador fetén del Athletic. Vizcaino, en la cantera de Lezama desde la tierna infancia, cualidades y atención para ir progresando en las diferentes categorías y, finalmente, la consagración en San Mamés.

Chavales como Iturraspe son oro en paño para el Athletic, aunque insuficiente para alimentar una máquina que debe competir y generar ilusiones sin pausa. Pero también tienen las puertas abiertas los futbolistas formados en la propia cantera o en la de clubes de Euskal Herria, y como es lógico todos aquellos que han nacido en el territorio vasco (existe otra variante para cuando la necesidad apriete: un bilbaino nace donde le da la gana, y punto).

Fuera de este espectro se aceptan casos puntuales que suelen desencadenar un debate sobre la filosofía, discusiones bizantinas acerca el lábel vasco y sus circunstancias que han vuelto a prosperar con el fichaje de Bibiane Schulze Solano para el equipo femenino.

Bibiane no ha nacido en Euskadi ni se ha formado en las canteras de los equipos vascos. Natural de Bad Soden am Taunus, una localidad del estado federado de Hesse (Alemania), esta centrocampista de 20 años ha debutado en la Bundesliga con el Frankfurt, pero no seré yo, sino al contrario, quien discuta su idoneidad para vestir la zamarra rojiblanca con todo el derecho del mundo.

Desde sus ancestros, los legendarios Belauste, hasta su sentimiento de pertenencia o las ganas de estar en su equipo del alma. Se podría añadir que lo tiene todo para jugar en el Athletic, y sin embargo su historia personal y su fichaje ha reactivado otro debate latente: ¿Se debe admitir en el seno rojiblanco a los hijos de la diáspora? ¿Por qué sí a Bibiane y no a Kepa, un suponer, oriundo de Otxandio, curtido en un arrabal de Buenos Aires y con una pinta buenísima...? O dicho de otro modo, ¿tiene más derecho Lucía García, que nació en Barakaldo porque allí hay un Hospital preparado para atender un parto de cuatrillizos aunque ella se sienta asturiana, como es natural? ¿Se acuerdan de Saborit?

El fichaje de Bibiane alcanza otra dimensión por el momento, el Mundial de fútbol femenino que está contando con un seguimiento sin precedentes aquí. En otras circunstancias no habría discusión filosófica porque sencillamente el caso habría pasado casi desapercibido, salvo para los más implicados. Si ahora el Athletic femenino gana la liga estoy seguro que la Gabarra saldría en procesión jocosa, agasajo al que Josu Urrutia no se atrevió cuando hace tres años conquistó su quinto título. Es decir, la chicas, el fútbol femenino, aún estaba física y mentalmente por detrás en algo tan básico como es el reconocimiento al esfuerzo y el éxito.