No hemos podido viajar esta Semana Santa a Nafarroa, Cantabria, La Rioja€, pero Donostia hervía de franceses en tiendas, bares y casas rurales; los había en la Bella Easo, aunque no tantos como la francesada conquistadora de la noche madrileña. Como alemanes en Mallorca. Es una confusión de ubicación con caos beneficioso para algunos.

Repaso la evolución de precios de la vivienda durante esta pandemia y también me desconcierta, porque en plena crisis pandémica con ERTE que van perdiendo la T por el camino, el costo va al alza, haciendo más inviable que los jóvenes puedan independizarse. La consecuencia lógica es que entre nosotros ya vivan más perros que niños y niñas menores de 5 años, algo rentable para veterinarios, vendedores de perros o comerciales de comida y artilugios perrunos, pero menos para el devenir humano.

Ahora que el fútbol profesional sin habituales espectadores-hinchas vocingleros se ha convertido en una descarnada y mera competición de empresas, me deja perpleja el empeño por traer a Bilbao un campeonato europeo con miles de aficionados en las gradas, mientras cada Teleberri nos amonesta, sermonea y atemoriza con curvas de pandemia in crescendo: más infectados, hospitalizados e ingresados en UCI€, mascarilla y distancia social, pero el fútbol mejor en directo. Otro caos bien provechoso.

Quienes se oponían hace un año al estado de alarma hoy piden rabiosamente que el próximo 9 de mayo se prorrogue, y viceversa, quienes entonces lo aclamaban ahora lo finiquitan. Quizá sea la economía de salvar el verano con la liturgia de la confusión.

Ceremonia de la confusión no solo institucional sino también personal, porque mi vecina protestona, cuando creía que la vacunación sería obligatoria decía que no lo haría y ahora protesta con más vehemencia porque aún no la han vacunado, bramando por estar en quinta fila en la lentitud de cola de espera.

El caos puede definirse como confusión elemental, y para ceremonia de la confusión, la acumulación de datos inconexos con que nos bombardean, liándonos en un laberinto cerebral de protocolos cambiantes de vacunación. Al escuchar de vacunas el sentimiento es encontrarse ante un nido de especulaciones, lo que genera un torbellino de descontento, como si la medicina fuera un acto de fe. Que AstraZeneca solo para menores de 55, luego hasta los 65, después que es peligrosa para estos y ha de darse entre 60 y 70 años... Parecería un caos científico-médico que estuviera degenerando en un torbellino de desconcierto si no fuera porque es más fácil entenderlo bajo el prisma económico-sindémico que bajo el pandémico. Esta vacuna tiene un precio original de 3 a 4 euros y por contrato lo tienen que mantener, mientras que las otras vacunas han multiplicado hasta por diez su precio de origen con suculentos beneficios para las empresas propietarias de la patente.

Vamos, nada de duda sanitaria. El ibuprofeno o el Nolotil tienen efectos secundarios más graves que la vacuna de AstraZeneca, pero claro, su inoculación deja menos plusvalía.

Lo dicho, un caos provechoso para el desconocido último beneficiario. Con el inri añadido de que este 13 de abril seguiremos sin celebrar adecuadamente el Día del Beso.

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