Seguramente el próximo jueves 10 nos aflojarán las bridas y podamos conquistar terrazas, ocupar restaurantes y callejear bajo un toque de queda menos bélico. Todo sea para que ya sin tanto apremio sanitario la economía navideña no se resienta hasta terminar exánime. Pero esta liberalidad otorgada seguirá embridada y solo alcanzará hasta la muga de los allegados.

Familia cercana, lejana, política, cuñados, primos, tíos y demás comodefamilia€; aun conociendo estos sibilinos e intrincados parentescos celebratorios de Navidad, año viejonuevo y demás eventos festeros, nunca había tenido que plantearme si también debíamos incluir en nuestro vademécum social sus equivalentes en allegados, íntimos, cercanos, lejanos o incluso fríos allegados políticos. Así que, aunque me devane el seso, no logro deslindar aquellos de especial vínculo y quienes son simples saludamañanas. En esta tesitura, volver por Navidad continúa sonando a hogareño, sobre todo en los anuncios, pero las incertidumbres que plantean las directivas de nuestros dirigentes de gobernanza en comandita sanitaria/económica me dejan tan dubitativa como a todos ustedes, supongo.

Ya he borrado, o me han hecho borrar de mi agenda navideña, todos los actos externos, comidas de empresa, de sociedad, Olen-tzero y carrozas mágicas, fiestas populares y mercadillos. Ahora, a la espera de la media veda de bares y restaurantes, me dejan poco más que trabajar, pasear o ir de compras con mucho cuidado, no vaya a ser que el virus también esté buscando regalos de Olentzero para adornar sus proteínas S-espículas.

Como busco ser ciudadana cumplidora pero no hipocondríaca, tampoco me planteo para estos días ni una PCR, ni prueba de antígenos ni serológica, sino una lista de quienes son mis allegados fiables. Y la realidad es que no encuentro ningunoque no lo sea, así que o acepto a todos o rechazo a todos. Borradas unas compañeras que trabajan fuera de Euskadi que solían venir a media tarde del día de nochebuena a tomar café; mi vecina Pili pasaba a tomarse una copa de champán y tarta tras la cena navideña y con ella sus hijas€, pues tampoco. La comida del día siguiente solía ser una frondosa reunión familiar con besos, abrazos, chistes, voces acaloradas y algún que otro canturreo..., pues la reunión deberá ser menguante o directamente pasar a mejor vida, olvidándonos del obligado regalo del amigo invisible. Repetición la semana siguiente, con más alcohol, más comida y normalmente más tumulto y más horas de tertulia. Y como entreacto, seguir a Olentzero y Reyes Magos dándonos codazos para que los peques disfruten cogiendo caramelos o un buen resfriado con el magnífico frío de enero.

No, no me entristecen unas navidades con menos revoloteo comercial, ni que haya menos ruido por las calles con pocos petardos en nochevieja, ni vivirlas sin cabalgatas. Tampoco lloraré compungida por tener que reducir reuniones familiares establecidas, pero totalmente prescindibles, sea en casa o como invitada. En cualquier caso, habrá sido un sacrificio por algo, y por eso mismo cuando despierte el 7 de enero me preguntaré si tanta renuncia personal y comunitaria habrá servido como dique ante la pandemia o simplemente haya sido para que gastemos un poco más en Navidad y que la economía de servicios no fenezca. Porque, o mucho me equivoco o por sanantón volveremos a las bridas prietas para varias semanas más, a no ser que además de inyectarnos el optimismo de la vacuna, nos inoculen la de verdad. Pero para esto aún es pronto, esa será una historia de primavera tardía.