eso de que “las desgracias no llegan nunca solas” es sabiduría popular, pero ni la más desbocada fantasía de ningún pueblo ha imaginado jamás la retorcida suma de desgracias que se ha abatido sobre los refugiados que se hallan en las islas griegas: A todas las miserias y desesperaciones que los ha hecho huir de sus países se suma aquí la ineficiencia supina de la burocracia ateniense.

La gran mayoría de los sirios, afganos y africanos que intentaron llegar a la Europa rica (ante todo, Alemania, Francia, Italia y países escandinavos) vía Turquía, el viaje se les ha empantanado en las islas griegas del Egeo. Allá malviven cientos de miles de fugitivos en campamentos improvisados, con estructuras sanitarias deficientes y escasas, y una penuria económica grave, ya que les atiende primordialmente uno de los pobretones de la Unión Europea (UE): Grecia. Y si pobreza significa poco y de poca calidad en todo; en este caso, también de la Administración Pública, judicatura incluida. La Justicia griega tarda más de un mes en tramitar los expedientes de los ilegales que llegan desde Turquía en un solo día.

Esta situación es relativamente constante desde que estalló la guerra civil siria, pero en lo que va de año se ha agravado vertiginosamente por mor de las ambiciones políticas de Erdogan y las exigencias económicas turcas. Como estas últimas son justas -Ankara no puede afrontar ella sola la carga económica (para no hablar también de la social) de millones de fugitivos residentes sin recursos ni derechos laborales-, Turquía y la UE firmaron en 2016 un acuerdo en virtud del cual Bruselas transfiere a Ankara una cuantiosa subvención y Ankara evita que salgan de sus costas más embarcaciones con refugiados hacia Europa y admite que le devuelva a todos aquellos fugitivos cuyas vidas no corran peligro real en sus patrias.

Las ambiciones de Erdogan no se reflejaban explícitamente en ese acuerdo. Pero el dirigente turco pretende ahora, a la vista de las crecientes dificultades de la UE para asimilar y distribuir la masa migrante, que además de más dinero le den también apoyos políticos. En primer lugar, ayudas para que pueda erigir en el norte de Siria un cinturón sanitario racista: una franja a poblar con musulmanes sunitas turcos que impidan así que ese territorio quede en manos de los kurdos sirios. Que para Ankara cualquier kurdo es un enemigo potencial, un eventual aliado de los autonomistas kurdos de Turquía.

Erdogan, seguramente, tuvo esto presente al firmar el acuerdo y no lo formuló por oportunismo. Pero ahora cree que la coyuntura política internacional es óptima para plantear las exigencias que en 2016 no habrían prosperado. Y ha preparado el terreno aflojando la vigilancia de fronteras, con el consiguiente repunte de las llegadas de fugitivos a Grecia y sus islas.

A estas últimas han llegado por mar en lo que va de año 36.000 refugiados más, en tanto que por tierra - a través de la frontera greco-turca de Tracia - lo han hecho otros 10.000 que han pedido asilo directamente en la Grecia continental.

Para Atenas la sobrecarga es económica y administrativamente excesiva; sobre todo, en las islas del Egeo, donde causa sufrimiento a los refugiados y a los indígenas.

La urgencia de la situación determinó a Atenas a trasladar unos cuantos de miles de fugitivos a tierra firme. Pero si eso desgrava un ápice la situación en las islas, agrava el problema en su totalidad. Porque el acuerdo de 2016 no afecta más que a los refugiados alojados en la islas. Los que llegan a través de Tracia o son reubicados en la Grecia continental quedan automáticamente excluidos del tratado y no pueden ser devueltos a Turquía.

La primera reacción del nuevo Gobierno griego al problema ha sido pedir ayuda a Bruselas? ¡para que mejore la eficiencia de la judicatura de su país!