la historia reciente de Turquía constituye todo un rosario de amores y desamores con occidente; sobre todo, de desamores. Porque desde la reforma realmente revolucionaria de Atatürk -que hizo en los años 20 del siglo pasado de Turquía un país casi occidental- y hasta hoy en día, que Erdogan la está reorientando nuevamente al Este y al islamismo, todos los intentos de Ankara de integrarse en el primer mundo han sido sendos fracasos.

Si se exceptúa el ingreso en la OTAN, pacto militar occidental que incluye a Turquía, el mundo atlántico ha rechazado hasta ahora todas las aproximaciones turcas. Francia, Italia y Alemania temen la competencia económica turca si esta llegase a ser miembro pleno de la UE; toda Europa duda de que ese país llegue a ser nunca ideológicamente europeo. Y para colmo, ahora dudan de la fidelidad militar turca también los EE.UU.

Occidente no ha sido capaz de imaginar comunidad alguna con Turquía y eso podría ser culpa suya. Pero es que desde el 2003 - cuando asumió el poder en Ankara, Erdogan y su partido (AKP)- las impaciencias gubernamentales y los vaivenes político-económicos turcos están dando la razón a la turcofobia occidental. Y también a la creciente hostilidad de Rusia y China hacia Ankara. Se podría decir que en la actualidad Turquía está bailando con tres tigres que tienen más quejas de ella que motivos reales de aproximación.

Nada ilustra mejor esa soledad diplomática turca que la historia de su equipo de defensa antimisiles. Hasta ahora, este ha estado a cargo de baterías estadounidenses Patriot dentro del sistema militar de la OTAN. Pero entre las crecientes discrepancias turco-norteamericanas a causa de la alianza del Pentágono con las milicias kurdas en el guerra siria (milicias que Ankara consideran una rama del prohibido PKK- nacionalistas comunistas kurdo-turcos) y el empeño del AKP de promover la industrialización de Turquía, Ankara decidió renunciar a los Patriot y comprar sistemas extranjeros, siempre y cuando las correspondientes empresas adjudicatarias se comprometieran a cooperar con las industrias turcas y transferir tecnología a estas.

Esto sucedió en el 2009 y concurrieron a por el contrato -de entre 3 y 4 mil millones dólares- chinos, estadounidenses, italo-franceses y rusos. Tras muchos titubeos turcos y reformas de la subasta, Ankara optó por la oferta china (HQ-9) en el 2013, dada su bajo precio y la promesa de transferencias tecnológicas. Pero Pekín no mantuvo la promesa de las transferencias de tecnologías y Erdogan aceptó la oferta rusa (S-400). Esta es más económica -2.000 millones de dólares-, e incluye la transferencia tecnológica y entra de pleno en la orientalización de la política turca, que incluye también el oleogasoducto a través del Mar Negro que promueve Moscú para abastecer a Europa y Turquía.

Pero no es nada seguro que los S-400 vayan a ser desplegados el próximo mes de julio, según lo contratado. Y es que toda la OTAN considera este armamento incompatible con el resto del arsenal occidental. Y, sobre todo, EE.UU. ha amenazado con graves sanciones económicas; sanciones que causarían grandes pérdidas a la economía turca ya que quedaría excluida de la lista de proveedores del avión USA F-35 y la fabricación y venta del helicóptero T129, de licencia estadounidense, y que es hoy en día uno de los artículos que exporta Turquía con mayor beneficio.

Es evidente que Ankara podría anular aún (indemnizando) la compra de los antimisiles rusos, pero es difícil de creer que Erdogan lo vaya a hacer sin una compensación (a ser posible tanto política como financiera ) norteamericana. Lo malo es que si en algo se parecen Erdogan y Trump, es en el arte de empeñarse en no enmendarla.