A el sabio clásico, Lucio Anneo Seneca, nos dijo que a los que corren en un laberinto, su misma velocidad los confunde. ¿Acaso no tiene algo de laberíntico ese dédalo de calles que configuran una ciudad de la talla de Bilbao? Y eso que las cuádrigas no circulaban por el adoquinado de la vieja Roma como el rayo según cuentan. Hasta la luz y el sonido tienen límite de velocidad, ¿se han dado cuenta? Cómo no poner una frontera semejante en las ciudades, cómo no acompasar el ritmo de los coches al paso de la ciudadanía. Bilbao, como es bien sabido, es una ciudad que se anda. Hace un par de años, para movernos todos al compás, los dirigentes marcaron un límite: 30 kilómetros por hora en el casco urbano. No se trataba de rebajar la pujanza del cuentakilómetros sino de reducir los riesgos de accidentes y atropellos mortales. ¿Han conseguido sus metas? Algunos estudios dicen que no. La ciudadanía peatona, entre la que me incluyo, tiene la sensación de que cruzar una calle de Bilbao ya es menos peligroso que cruzar, qué sé yo, el Amazonas o una de esas vías romanas en las que, hoy sí, las motos van a toda mecha.

Da la sensación de que la medida ha sido eficaz, por mucho que los porcentajes oscurezcan esa realidad. El ser humano es capaz de hacerse con las riendas de la vida urbana por mucho que nos repitan, una y otra vez, que vivimos acelerados. No es un descubrimiento de hoy. De mis viejas lecturas rescato una cita que dejó George Orwell en su celebérrima Rebelión en la granja. Veamos si me acerco a su literalidad. Creo que dijo algo así como que "el hombre es el único ser que consume sin producir. No da leche, no pone huevos, es demasiado débil para tirar del arado y su velocidad ni siquiera le permite atrapar conejos. Sin embargo, es dueño y señor de todos los animales". Pues eso, que queremos hacernos dueños y señores de nuestro tiempo.

Nos habremos pasado de la raya en el cuentakilómetros, no digo que no. Pero con el límite de velocidad en vigor se han alcanzado las cotas más bajas de siniestrabilidad en Bilbao de la última década. Es un hermoso descenso del Everest, no digan que no. No se trata de compararse con otras tierras porque ninguna ciudad mantiene los mismos hábitos ni parte de las mismas circunstancias. El tráfico de Bilbao hoy ya no quema como antaño, eso es lo que cuenta. Y eso es lo que debe aplaudirse, más allá de las comparaciones.