UNO solo ya es demasiado, estarán de acuerdo. No en vano, el número de malhechores no autorizan el delito ni el crimen y el apuro, el soponcio o el disgusto, cuando no la agresión física en todas sus variantes e incluso la muerte son una lacra que duele en el cuerpo, el alma y el bolsillo de una sociedad civilizada. Aunque sea triste decirlo la calle es peligrosa, al menos alguna de ellas. Aunque sea triste y aunque los fríos números se empeñen en la demostración de que la delincuencia se encuentra en horas bajas. En las gráficas generales aparecen más detenciones y menos delitos. Bienvenida sea la noticia. Es agradable escuchar que Bilbao es una de las ciudades más seguras. Pero también desagrada ver, día tras día, un intento de robo (la ley lo desmenuza más; hurtos, timos, estafas, robos, atracos o asaltos con intimidación pero todo es un robo...) o una actuación policial a pie de calle. Y si lo han padecido en carne propia, si a usted como a mí le han robado alguna vez, ya saben el cuerpo que te queda.
Y solo les he hablado, hasta ahora, de los delitos más bajos del escalafón. Porque si les hablo de los malos tratos, la violencia sexual y, en el grado máximo, el homicidio y el asesinato, ya ni les cuento. Y que conste que uno no quiere meterse en camisa de once varas, así que para hacerlo voy a pedir prestada la palabra a Chesterton (que vayan a por él si esto trae consecuencias...) cuando dice "el criminal más peligroso es el criminal más culto".
Ya sé que cada cual cuenta la fiesta según le va. Y como quiera que uno es víctima reciente, ni siquiera estos números, sin duda positivos, le calman la sensación de rabia, aún caliente. No soy capaz, a día de hoy, de mirarlo con equidistancia. Así que le pido a Eduardo Galeano otra mirada. Escúchenle. "En un mundo que prefiere la seguridad a la justicia, hay cada vez más gente que aplaude el sacrificio de la justicia en los altares de la seguridad. En las calles de las ciudades, se celebran las ceremonias. Cada vez que un delincuente cae acribillado, la sociedad siente alivio ante la enfermedad que la acosa. La muerte de cada malviviente surte efectos farmacéuticos sobre los bienvivientes. La palabra farmacia viene de phármakos, que era el nombre que daban los griegos a las víctimas humanas de los sacrificios ofrendados a los dioses en tiempos de crisis". Otra forma de mirarlo.
La tranquilidad de nuestra sociedad pasa por la seguridad y algún peaje habrá que pagar pero no piensen que este es un mal reciente. No olvidemos que el propio Calderón de la Barca, siglos atrás, ya dijo que "hay delitos tales, que atentas las leyes se los dejaron sin pronunciarles sentencia, por no prevenir que habría quien los cometiese".