I a un habitante de mediados del siglo XX le dicen que iba a bañarse en una playa junto al cargadero de la Franco-belga se hubiese llevado las manos a la cabeza. No era Barakaldo, por aquellos años, tierra de costas. No en vano, se repetía una y otra vez el sambenito de "localidad fabril" lo que, según he escuchado a más de un lugareño, acabó por cansarles. Llegó, en los últimos años de ese siglo antes citado, el bulldozer de la reconversión industrial, avanzadilla de los ejércitos que iban a devastar ese viejo y duro estilo de vida fraguado en torno al tren de colada, los minerales, las fábricas, los hornos de altas temperaturas o los almacenes, con hombres y mujeres de duro caparazón. A su paso, como un viento desolador, quedó un paisaje temible: una suerte de escenario de un saqueo.
¿Qué futuro cabía predecirle entonces, hace no tanto, a municipios como Barakaldo? Y quien dice Barakaldo bien pudiera haber dicho más de la mitad de Bizkaia, incluida la mismísima capital: Bilbao. No había bola de cristal que aventurase una recuperación de esta talla. Con todo, poco a poco Barakaldo fue resurgiendo no ya de la ceniza sino de la escoria de los hornos, del hollín de los hornos industriales, Un día la peatonalización de una calle, otro más allá, el florecer de una plaza con estatuas. La construcción de nuevas viviendas, la llegada del metro, el florecer de un ciprés llamado BEC y el pueblo empecinado en ponerse de nuevo en pie.
La última hazaña es esta: ganarle naturaleza al cemento, al hormigón y a las zarzas y abrir una ventana al mar, que en una parte de Bizkaia interior lleva nombre de ría. Lo han logrado y el parque ayer anunciado se remata con un pantalán tras la zona de juegos para poder bañarse junto a la Franco-belga. ¡Sí, junto a la Franco-belga! No se lleven las manos a la cabeza que es verdad.