ARA no poca gente la Navidad y todo cuanto le rodea es apenas un puente que encadena un año a otro, cuando no un tiempo oscuro porque les despierta el fantasma de los ausentes, no al modo de Charles Dickens sino de una manera dolorosa. Se ha dicho una y mil veces que es la estación de los niños pero, que la aprecia, sabe que diciembre es el mes en el que el amor pesa más que el oro en las tiendas de compraventa. Esto es todo pura teoría, claro. Al cabo, si ustedes miran las informaciones que rodean este sacacorchos tendrán buena cuenta que las actuales circunstancias marca a hierro, como el ganado de Texas, estos días.

Así, para recibir un abrazo de Olentzero y de Mari Domingi habrá que pagar una entrada para evitar el apelotonamiento; las Administraciones de Lotería de Navidad, duendes que reparten ilusión en racimos de décimos, se han declarado en huelga porque llevan un largo tiempo -17 años, según sus cálculos...-, con las esperanzas congeladas; el comercio de los petardos (y sobre todo, su uso indiscriminado o con poca pericia...) sigue bajo sospecha y la Ertzaintza y policías varias se encuentran con horas extra si se juzga que han de vigilar a los manoslargas que vuelven a los tumultos como el turón, por Navidad.

A todo ello hay que añadir que pese sobre todos nosotros la espada de Damocles del covid que pone freno al desenfreno del encuentro con las amistades o los compañeros de trabajo, que pone cautela al emocionante reencuentro con las familias, que exige un pasaporte si uno pretende descorchar una botella de champán, camino al país de la felicidad. Podremos buscar consuelo en la plataforma Eup!, que seguro que lo tiene a buen precio, o en esa familia más cercana que se alegra de verte con el corazón en la mano. Esta recta de llegada al fin de año, ya ven, está repleta de obstáculos. Pero lejos de alicaernos y bajar la frente resulta mejor celebrar el fin de la carrera como se pueda.