RA una vigilancia necesaria, habida cuenta que falta un punto de sensibilidad a la hora de protegerse de las amenazas antes que de disfrutar de los encuentros navideños. Es curioso, porque la conciencia del peligro es ya la mitad de la seguridad (y no será porque no nos hayan advertido de los riesgos de exponerse a cuerpo abierto ante la expansión del covid...) pero hay otro cincuenta por ciento que nos pone en peligro en todos. Les hablo de quienes han decidido no vacunarse porque entienden que todo obedece a un plan de control ciudadano o porque consideran que no hay autoridad por encima de su voluntad. O de quienes consideran que la mascarilla es un utensilio incómodo que les amordaza. Imponen su querer por encima de una convivencia acorde a las leyes de protección de estos días y no hay manera de frenarles.

¿O sí? Da un nosequé de reparo pensar que han tenido que enviar a la Policía Local y a la Ertzaina como cuerpo de protección forzado a vigilar bares y comercios, como una unidad de élite que nos ha de escudriñar de arriba a abajo por ver si llevamos un pasaporte covid legal en el bolsillo o una mascarilla en la boca bien puesta. Si a ello le sumamos que los robos al descuido o con intimidación, las sustracciones de objetos a la vista o los hurtos de la caja registradora son delitos propios de las aglomeraciones, uno piensa que la autoridad solo logra una sensación de tranquilidad aplicando horas extras estos días.

Es una de las cosas que tiene la vida: casi todos buscamos un espacio y un tiempo seguros. El problema está en ese casi, en los quehaceres y barrabasadas de quienes piensan que su interés está por encima de cualquier ley. Es contra ellos contra quienes hay que desempolvar las vigilancias.