RA un bonito sueño, no hay que negarlo. Era un hermoso regreso a los orígenes, es indudable. No por nada, Bilbao nació donde la ría comenzaba a ser navegable y existía un puente que la cruzaba. Y hoy, cuando la ciudad devuelve la mirada a esa ría que tanto dio y que hoy luce menos intoxicada que en los tiempos industriales, sonaba bien desplazarse por esa lámina de agua para conectar con Zorro-tzaurre, esa tierra también rescatada de la todopoderosa garra de hierro que tanta fortaleza dio a la villa.

Los más viejos recuerdan que el puente del Ayuntamiento de Bilbao, antes era conocido como el puente chico, pues había que pagar una perra chica para cruzarlo. Como la ría era navegable hasta El Arenal, todos los puentes disponían de plataformas móviles para permitir el tránsito de embarcaciones. Poco a poco la ría fue cegándose, ahogándose en el olvido. Son varias las generaciones que conocieron sus malos olores y pestilencias en los tiempos de los vertidos, Y hace, pongamos que treinta o cuarenta años, la idea de darse un paseo en barca o en bote era impensable, una locura inimaginable.

Otro cantar es el de hoy. No sonaba nada mal esa idea de la botadura de una suerte de taxis o autobuses venecianos pero al sueño lo mató la prisa. No sale a cuenta, aseguran las gentes de los cálculos. No es rentable. ¿Cuándo lo fueron los sueños? Casi nunca, pero es lógico que hagan números los hombres y mujeres encargados de la gestión.

Vaya uno a saber cómo será el mundo más allá de los próximos 20 años. Tenemos una única certeza: si todavía estamos ahí, para entonces ya seremos gente mayor y más cascada. Sin embargo, aunque no podemos adivinar el mundo que será, bien podemos imaginar el que queremos que sea. El derecho de soñar no figura entre los treinta derechos humanos que las Naciones Unidas proclamaron a fines de 1948. Pero si no fuera por él, y por las aguas que da de beber, los demás derechos se morirían de sed. A uno le gustaría ir de acá para allá por aquella ría que tanto nos dio, que nos llevó a nuevos mundos y que nos trajo un sinfín de mercancías. La idea, les repito, era pura luz pero como tantas veces ocurre, las tinieblas de la realidad le impiden lucirse en todo su esplendor.