STOS ríos nuestros, tan dinámicos, industriales, activos, ambiciosos y amigos se nos volvieron locos invasores camino de la mar. ¿A qué trompetas hicieron caso para ponerse en pie de guerra y barrerlo todo a su paso? En esta Bizkaia que llora y aún mira al cielo nos han cambiado el dulce sirimiri por el amargo diluvio. La Santa de Ávila lo escribió mejor, con más profundidad. "Extraña cosa es que si falta nos mata; y si nos sobra, nos acaba la vida...". Y hoy, cuando miras a ese triste rigodón de árboles, coches, muebles y enseres varios, uno no puede olvidar a ese bárbaro Atila de las aguas que tanto nos dio y hoy tanto nos quita.

Andan, andamos estos días, con el ánimo un poco encharcado, como si no hubiese hoguera a la que arrimarse para secarse. Pero ya no importa tanto el cómo fue, como el qué será. Muchos de los nuestros habrán de empezar otra vez desde el barro. Una reconstrucción, una más, en la que el pueblo tocará las campanas de la solidaridad. Es inevitable un momento de pesimismo cuando uno mira los estragos pero hay que hacer de tripas corazón, porque los pesimistas encogen y entristecen más la vida. No todo se pierde si se conserva la cabeza. ¡Corazón nos sobra a todos en estos momentos trágicos para nuestro pueblo! Hay mil ejemplos de aguadutxus que superamos y habrá uno más. Sabemos lo que somos pero hasta que no llegan catástrofes como estas no sabemos lo que podemos ser. Cuando escampen los cielos, cuando se retire el agua y desaparezca el barro, veremos las pérdidas. Seguro que son muchas y vamos a esperar que no haya, entre ellas, la de una vida humana. Será entonces, en medio del lodazal, cuando nos arremanguemos como tantas veces hicimos. Desde la lejana Rusia del pasado siglo nos hablaban del general invierno y de sus tropas voraces. Han mandado una avanzadilla. Podremos con ella.