AY una verdad como un templo: con el paso del tiempo siempre es neceserio un ancla que sujete. El cuidado como acción humana, se desarrolla en los diferentes escenarios de vida de las personas, por lo que es posible identificar en él características y distintas formas o dimensiones para proveerlo y recibirlo. Toda persona, independiente de su formación, transita del rol de cuidador al de receptor de cuidados, según sople el viento sobre la veleta de la vida de cada cual. Esa es un realidad tan obvia, tan fija a medida que pasan los años, que en ocasiones nos cuesta ver la dura carga que conlleva el trabajo de los cuidados, más a menudo de lo que debiera, encargados, si es que se puede decir, a la buena voluntad de una mujer sin que se tenga en consideración lo que pesa semejante carga.

Hay que ser conscientes de que la familia es un grupo social, trinchera de defensa en la sociedad que hoy conocemos. Es agente socializador, generador y trasmisor de cultura y de valores, en el que las personas, a través de patrones de relación y experiencias compartidas, se desarrollan y viven en todas las condiciones de cada edad. Al considerarse como la mayor fuente de apoyo social y personal del que puede disponer una persona, cuando uno de sus miembros enfrenta situaciones de crisis como perder, parcial o totalmente sus capacidades de autocuidado, de manera temporal o permanente, otro de los miembros de manera voluntaria o delegada asume el rol de cuidador y la responsabilidad del cuidado, desempeñando acciones de suplencia total o parcial de las acciones que la persona necesita para mantener su vida, su salud y bienestar. He ahí una realidad innegable que hoy en día recae, de manera demasiadas veces rotunda, en manos de una mano femenina. Tal sobrecarga conlleva una serie de castigos para la mujer. Un peso al que se pretende aliviar para ganar respiro.