OBREESTIMARON en algo su habilidad o se vieron sobrepasados por la dificultad? He ahí la pregunta de difícil respuesta, sobre todo si se platea desde la atalaya de la autocrítica. La cuestión surge cuando de repente aparece el lehendakari, Iñigo Urkullu, y lanza el dardo: la clase política no ha estado a la altura de la pandemia. No era sencillo el reto, claro que no. No había antecedentes sobre los que echar un ojo. Como tampoco es común escuchar a un político entonar el mea culpa. Habrá quien piense que a buenas horas mangas verdes. Pero siempre alivia sentirse en manos de un gobierno, que equivocándose y acertando, es capaz de discernir qué hizo bien y qué no. Creo que fue Goethe quien dijo que el único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada.

Coinciden las palabras de Urkullu con un tiempo de incertidumbre, ahora que anuncia la soltura del corsé del estado de alarma. Hay esperanzas y recelos en estos días inciertos, pero la pregunta más común a la hora del café es casi siempre la misma: ¿Coincide el fin del estado de alarma con el fin de las restricciones? Ajustándose los números, y sobrecargados en la vida estrecha que el pueblo siente, con el paso de los días, como una sobrecarga, ese es el máximo deseo: que le den a uno barra libre.

Todas las restricciones vividas hasta el momento han sido adoptadas con la debida justificación y fundamento legal, dado que en una situación epidemiológica como la actual, resulta imprescindible tener presentes a la hora de aprobar normativas que restrinjan los derechos de los ciudadanos, no solo los derechos constitucionales más básicos, sino también las medidas previstas en la legislación sanitaria, junto con otras del ámbito del derecho de excepción. Era una prioridad absoluta que hoy muchos miran como algo del ayer, sin que esté claro en absoluto.