EL toque de tentenublo es el repique de campanas que tradicionalmente se hacía con la intención de ahuyentar las tormentas de granizo entre las gentes del campo. Numerosos curas de aquella época, la de la Guerra Civil, inventaron esos escapularios, con la inscripción: "Detente, bala", para venderlas a los soldados, carlistas o falangistas, al precio de dos pesetas por escapulario. Había que situarlo cosido junto al pecho, a la altura del corazón, o llevarlo oculto como un colgante. Sus poderes sobrenaturales estaban, según sus defensores, probadísimos. Incluso un Papa, Pío IX, en 1872, concedió una indulgencia de cien días, durante los cuales serían intocables, a todos aquellos que exhibieran los escapularios bendecidos. E incluso una tercera, la Biblia afirma que Josué mandó parar el sol, porque no le daba tiempo a conquistar la ciudad de Jericó. Y el sol se paró casi un día entero. Se trata de un trascendental pasaje de las Sagradas Escrituras, porque en el siglo XVII dio motivo de una controversia muy fuerte, entre la Iglesia y Galileo. La Iglesia mantenía lo afirmado en la Biblia (a causa de una mala interpretación de la misma), mientras que Galileo afirmaba que el sol no se movía (por tanto no se le podía parar) porque es el centro de nuestro sistema solar, y es la tierra la que se mueve. Ya saben cómo sigue la historia.

Detener las tormentas de granizo (en Bilbao llegó a sacarse en procesión a la Amatxu de Begoña para que cesase un tremendo aguadutxu...), el vuelo de las balas o el curso del sol. El ser humano siempre ha pensado en el frenazo (en los tiempos de la reconversión industrial, los obreros paraban la producción de las fábricas...) como un método de defensa o de protesta. La hostelería no es ajena a esto. La sociedad es la nueva divinidad ante la que se protesta y se pide reparación si no satisface la expectativa creada.