A difuminándose la noche y clarea el día, así que sonríe el centinela, tras una tensa y dura guardia con la eterna expresión del "¡alto! ¿quién va?" siempre en la punta de los labios. Las noticias son un punto más luminosas y ayer Euskadi rebajó su grado de alarma por coronavirus a alerta amarilla tras superar, en su descenso, la cota de 300 en la tasa de incidencia. ¿Qué supone esto? Que allá, hasta donde alcanza la vista, se otea en el horizonte el campo base. Nos han repetido tantas y tantas veces que no caigamos en las redes de la confianza ciega que uno lo celebra con cierta cautela, pero tampoco es bueno vivir entre aprensiones así que... ¡chin, chin, compatriotas!

Sonríe el centinela, harto de tanta vigilancia en la oscuridad. Sabe que está cercana la apertura de la puerta a la movilidad entre municipios y territorios y eso le satisface. Según el plan Bizi Berri III del Gobierno vasco, un nivel 3 de alerta -entre 150 y 300 casos por 100.000 habitantes- permitiría la flexibilización de las restricciones en vigor. Lo que en otros negros tiempos se llamaba el pase per nocta, vamos.

Aun a riesgo de que a uno le llamen El Precipitado, como si fuese el apelativo, qué sé yo, de una canción caribeña, dan ganas de abrazarse con ese mismo guardián, con cualquiera que pase a tu lado. Dan ganas de abrazarse, sin más. Habrá que esperar, ya nos lo han advertido, una semanita más, hasta el próximo 5 de marzo cuando el tribunal del LABI se reúna para dictar sentencia. O, como se espera, para levantar las barreras del paso. Seguimos, ya lo sé, en la frontera amarilla. No está resuelto el entuerto y seguirán las escaramuzas, seguro. Pero ha sido tanto tiempo encogiéndose y preocupándose que la llegada de una buena noticia ha de celebrarse por todo lo alto. No siempre hemos de callar la risa.