E aquí, entre el común de los mortales, una historia que bien pudiera contemplarse como uno de esos guiones de Hollywood que recogen historias de juicios, cargados de dobles intenciones, de tejemanejes, investigación de ayudantes, enfoques divergentes y un sinfín de revuelos. Se harán a la idea de lo que les cuento. A ciertas alturas de la película ya no se juzga si uno es culpable o inocente sino quién tiene más argumentos en su carpeta o más labia en su discurso.

Ahora, cuando el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco acaba de aceptar la reclamación de las Asociaciones de Hostelería de Bizkaia, Gipuzkoa y Araba, a la espera de entrar en el fondo del asunto y tomar una decisión definitiva (no hay sentencia, como ven: es una suerte de libertad condicional, si es que se puede decir así...), resulta interesante echar un vistazo a los argumentos sobre la mesa. Parece claro que el oficio de la hostelería es más víctima que culpable, lo que no quiere decir que los bares, restaurantes y tabernas sean tierra libre de peligros. La sensación de lo dicho por la ley es que el cierre de estos establecimientos conlleva unos riesgos y no está demostrado un beneficio para la salud con el calendario en la mano. No parece faltarle lógica al asunto.

Otro cantar es el del uso y abuso de los establecimientos. Ustedes, gentes del bar, no han de estar en el alambre. Pero tampoco es posible arremolinarse en torno a un cañero de cerveza, una botella de vino, una mesa llena de viandas o una máquina de café. Un uso comedido permitirá que no haya arrepentimientos futuros al respecto de lo dicho ahora por el juez. Y piensen que si ustedes, o yo mismo, nos pasamos la mesura por el arco del... seremos culpables de la quiebra. Del bar y de un estilo de vida.