OLO con pronunciar la palabra así, a secas, La Avanzada, tiemblan incluso las paredes de la cueva de Zugarramurdi. Para los usuarios habituales de esa carretera la mera mención suena casi a maldición en hora punta, como si fuese un sortilegio de brujas. No por nada, el uso continuo y masivo de una carretera de tal calado acostumbra a provocar embotellamientos, choques por alcance en los cruces y salidas, una retahíla de palabras gruesas y, en los casos más agudos, incluso un cruce de puños entre conductores impacientes. Nació corta de rabo, si me permiten la broma, y no da juego al tráfico como se quisiera. La Avanzada puede ser, a según que horas y qué momentos, la antesala del infierno. Algunos de ustedes bien que lo saben.

Es por ello que el anuncio de la remodelación de La Avanzada en sentido hacia Bilbao, donde se realizará una fuerte inversión para mejorar la seguridad y la fluidez del tráfico, llena de incertidumbre a los usuarios. Trae consigo la feliz noticia de la búsqueda de una salida y el espanto de pensar que, para lograrlo, harán falta nueve meses de obras. Un humorista de mal gusto diría que solo hay algo peor que circular por La Avanzada a las ocho y media de la mañana: hacerlo sorteando obras.

No hay mal que por bien no venga, habrá que pensar. De momento, avisan, van a intentar deshacer ese nudo gordiano que va desde el túnel de Leioa, hasta la salida hacia la universidad y un Eroski, otro punto de atracción de vehículos. Aseguran que se van a modificar las tres conexiones de intercambio entre el tronco y la vía lateral existentes y seguro que es justo y necesario hacerlo.

Pero lo que también puedo garantizarles es que mientras dure la obra estallarán no una, sino varias guerras civiles, dicho sea a la metáfora. Cuanto todo esté listo los habituales respirarán aliviados y es probable que lo celebren con brindis, si se gana la tan necesaria fluidez. Hasta entonces, tápense los oídos.