UANDO su mujer le preguntó a Bob Hope dónde quería ser enterrado, contestó: "Que sea una sorpresa". Viene a estas líneas la célebre despedida del genial cómico, ahora que la pandemia parece sujetarse firme ante nuestro estupor y a la espera de la campanada de las vacunas, que no va sonar, como acostumbra, a fin de año. Es más, si se tiene en cuenta que el contagio despierta a los catorce días, tal y como nos han dicho, y apenas llevamos tres o cuatro de libertad vigilada (súmenle, si quieren, siete más con el puente pasado y los idiotas que lo celebraron de extranjis...), ya me dirán ustedes: ¿Qué pecado cometimos, nosotros los mortales, para dar vía libre al virus?

Lo que quiere decirse es que es necesario investigar las causas del frenazo en seco en medio de la curva que han detectado desde el control del mando. No digo, válgame Dios, que estén de más las medidas previstas ni los consejos dados. Por supuesto que no. Lo que uno se pregunta, más allá de las órdenes y los consejos que bienvenidos sean, son los porqués. Uno quiere saber, aunque sea duro el conocimiento, aunque le llamen ignorante por su desconocimiento sanitario.

Seguiremos empujando, cómo no. Seguiremos el libro de ruta que nos han marcado como si no hubiese otra salida. Es probable que no la haya. Pero escuchar a los epidemiólogos que la ciudadanía debe hacer un esfuerzo (ya me dirán ustedes que hemos hecho hasta ahora, señores y señoras...) cuando está agotándose el año más esforzado de nuestras vidas suena a broma. ¿Qué hemos hecho hasta ahora, en qué nos hemos portado mal?

No sé si ustedes tendrán la misma sensación, pero cada vez que una voz autorizada sale a la palestra y nos invoca a ser chicos buenos,uno tiene la sensación de que le está cayendo una reprimenda porque le han pillado en falta. Ahora han sacado una nueva amenaza críptica: la fatiga pandémica. A este paso en Estocolmo van a conceder un premio Nobel de Medicina universal, un galardón para toda la Humanidad. Nos hablan, como si debiéramos saber qué es, de la fatiga pandémica. En mi turno de réplica pienso contestarles, decirles hasta dónde está uno de esta situación. No tienen la culpa, lo sé. Muchos de nosotros, tampoco.