cámara lenta volverán las oscuras golondrinas de las distracciones hosteleras, dicho sea como lo hubiese dicho Gustavo Adolfo. Ha sido un desliz, no está claro si premeditado o no, pero al parecer el sábado entrante abrirán de nuevo las terrazas, un primer guiño. Volverán las diversiones del consumo en las terrazas, "en las calles sus nidos a colgar, / y otra vez con las manos a sus cristales / a una cervecita llamarán". Hay que tomárselo así, como un gesto romántico y con un tic humorístico porque tiene su aquel guasón que se den licencia a las terrazas en días como estos, donde el frío campa a sus anchas. Algo es, por supuesto. Pero van a probar las primeras cervezas a la intemperie los que han probado esas incipientes vacunas rusas llamadas Sputniks: un hatajo de valientes.

¿Por hay viene la solución para la hostelería que se ha visto acorralada por las circunstancias...? ¡Frío, frío!, que diríamos en una de aquellas adivinanzas de nuestra infancia. No cabe duda que el regreso de la vida social al aire libre es una buena señal para la salud mental de muchos y una forma de ir sacudiendo las telarañas de las cajas registradoras para la salud económica de otros tantos. En el lenguaje de estos días, el término terrazas es sinónimo de esperanzas, no tengan duda.

A sabiendas del jardín en el que entro al decirles lo que voy a comentarles (y reconociendo que soy un ansioso de las barras, los cafés, y la charla en un bar, cosas que tanto añoro...), hay que ser sincero: antes que salvar los bares hay que salvar la salud. El problema no está en ellos, ya lo sé. Tengo suficientes amigos taberneros que me lo han explicado una y mil veces. Cómo se protegen, cómo te protegen. El problema está en el uso del bar que hacemos sus usuarios y usuarias. Lo vemos como punto de celebración antes que de avituallamiento. ¿Volverá esa alegre vida...? ¡Frío, frío!