HORA que somos un millón menos en todo el planeta por obra y desgracia del coronavirus vemos la realidad en toda su crudeza: la del recuento. Los gélidos y desnudos números a la que tanta verdad atribuyen tocan el corazón de quienes creen en ellos a pies juntillas. Recuerdo haber leído, tiempo atrás, una sentencia de Winston Churchill en todo su esplendor. "Tras un recuento electoral, solo importa quién es el ganador", dijo. "Todos los demás pierden". Visto así, diremos que entre los nuestros, entre los vascos, hay 55.000 perdedores, otras tantas personas que han mordido el polvo ante el ataque intensivo del coronavirus.

A las cifras también se les atribuye una capacidad singular: moverse en el alambre con la pericia de un funambulista, incluso con el viento en contra. Cuando así actúan toman el nombre artístico de porcentaje, más chiquito y coqueto. Con ese tanto por ciento cada cual se maneja como le conviene, le gusta o le serena. No tiene nada que ver el número de afectados con la realidad. Un hecho constatable, porque a muchos de los que pasaron la enfermedad no les hicieron los test. Tampoco son válidas las cifras de curados. Afortunadamente son muchos más. Los que no han ido al médico no han contado, no entran en las gráficas. Y tampoco son reales los fallecidos. Algunos no han sido contabilizados. ¿Cuántos? Difícil saberlo. El porcentaje solo nos da apariencia, no la verdad.