ECORDEMOSque la juventud es el momento de estudiar la sabiduría y la vejez, el tiempo de practicarla, según nos dijo Rosseau. Hoy, cuando las clases se han convertido en una necesidad pura y dura en según qué cursos, ha de tenerse en cuenta que si uno necesita entregarse en el aprendizaje es menester saber que la enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón. No en vano, el profesorado que hoy en día se encuentra con las clases abiertas de par en par tras la decisión del gobierno bien sabe que la ignorancia es el peor enemigo de un pueblo que quiere ser libre. Por ello se afanan en la enseñanza.

Fue Mahatma Ghandi quien nos dijo que no hay escuela igual que un hogar decente y no hay maestro igual a un padre virtuoso pero no es menos cierto que hace falta otro tipo de profesorado para hacer del enseñado o la enseñada una piedra preciosa para la sociedad. Parece claro que la ventaja competitiva de una sociedad no vendrá de lo bien que se enseñe en sus escuelas la multiplicación y las tablas periódicas, sino de lo bien que se sepa estimular la imaginación y la creatividad y en esa práctica han de entregarse profesores y profesoras.

La enseñanza básica para el regreso a las aulas, para el regreso a la vida habitual, es el manejo de las mascarillas, los hidrogeles y la distancia física. Esa es la primera lección de cuanto les quedan a los estudiantes para darle un buen remate al curso que se quedó colgado por la llegada del coronavirus. Un curso volcado sobre todo en la formación profesional que necesita prácticas más que ensayos virtuales por el ordenador.

La decisión de abrir las clases es un paso más en el camino hacia la normalidad, uno de tantos. Aunque no falten quienes tuerzan el morro por tener que volver a las obligaciones cotidianas, la idea es buena.