EN el nombre del bien común florecen estos días los adorables vecinos que ejercen de guardianes del buen hacer y están todo el día ojo avizor. Vigilan si el del quinto pasea al perro más allá de los confines de la acera que les rodea, reprochan desde su ventana a quienes pasean por la calle con todo el descaro del mundo, entregándose en la lucha, si hace falta, con un arsenal de insultos y escupitajos, revisan los turnos de compra de la escalera para que nadie gaste de más, estudian si uno o una sale o no a aplaudir a las 8.00 de la tarde (no sea que haya sido presa de algún mal y haya que llamar a la ambulancia...) y muestran tal entrega en sus quehaceres que a uno le entran ganas de ir a agradecérselo en persona. Almas benditas es lo que son.

La verdad de las verdades es que no les mueve ningún interés personal. ninguna sed de venganza. Pero si ni siquiera conocen el nombre de pila de sus denunciados. Como tampoco les empujaba a sus antepasados anhelo alguno cuando señalaban los hábitos de domingo de aquellos otros vecinos -"los del tercero no van a misa ni comulgan", decían algunos...- o el color de sus ideas -"los del cuarto son rojos... ¡requeterrojos!" puntualizaban, "aunque no parecen malas personas"-, también por el bien común. Eran otros tiempos y no existía la carga de la mensajería ligera que hoy denuncian los gobernantes. Existían, eso sí, el matrimonio Schmidt al que de repente le preocupaba que su charcutero fuese judío o que el sastre al que le debía un traje tenía un candelabro "extraño" en su salón de casa.

Por supuesto, hay gente con otro tipo de corazón que obedece a dictados más nobles y que actúan con la convicción y el deseo de que todos podemos salir de esta sin empujar.