UÉ extraña sensación! Puesto al microscopio el confinamiento, uno diría que guarda cierta similitud con el arresto domiciliario que recoge el Código Penal. Y, sin embargo, uno es consciente de no haber cometido delito alguno -de manera inconsciente, cualquiera sabe...- y, lo que es peor aún, el apelotonamiento de horas a la espera provoca un efecto singular: la idea de que ya no hacemos lo que hacíamos cuando decidíamos quedarnos en casa pudiendo salir. Como si no fuese el hogar que construimos a nuestra medida, como si viviésemos un exilio domiciliario en tierra extraña.

Para paliar y comprender esa extraña percepción recurro a los clásicos, habida cuenta que los sabios contemporáneos no tienen experiencia en estos asuntos. No de primera mano. Cicerón, yendo bien lejos, ofrece una explicación cuando dice que el destierro no es un castigo sino un puerto de refugio contra el castigo. ¿Encaja con lo que se siente, verdad? Más o menos.

En medio de la larga recta hay que estar vigilante: uno corre el riesgo de quedarse dormido y no enterarse de lo más esperado en esta conducción: el paso por curva. Quienes estudian estos asuntos epidemiológicos han vertido una idea en el café para despertarnos: algo se ve allí al fondo. Hemos tenido tanto tiempo para el cálculo de qué hacer el día que llegase que ahora nos comen los nervios. ¿Seremos mejores personas, más humanas y menos mecánicas o nos habremos acostumbrado a una supervivencia ¡plof!, relacionándonos con el método virtual y a distancia, con miedo a cualquier roce, a cualquier obstáculo en el día a día cuya superación nos hace crecer y mejorar? ¡Quién lo sabe! Quienes nos venden agradable respuestas o tormentosos cálculos hablan de oídas. No lo han vivido jamás. Les dejo, que viene la curva...