UNCA voy a ver películas donde el pecho del héroe es mayor que el de la heroína", dijo Groucho Marx, quizás para quitarle distracciones y barba a la historia o, como acostumbraba, por ponerle humor al asunto, fuese cual fuese. A mis costas del WhatsApp ha llegado, entre tanta porquería e inmundicia como tiran, tiramos, al mar de la digitalización, una botella con mensaje. Estuve en un tris de no verla entre tantos plásticos, papeles, residuos humanos y demás porquerías. Lo firma un tal Fígaro y aparece vestido con una bata verde, el uniforme de los valientes. Y su SOS suena tan certero como extraño, ahora que tantas ganas nos entran de comernos a besos a quienes se dejan la piel, cuando no la vida, en los cuidados a la gente más necesitada.

Fue quitarle las adherencias que se le habían pegado en la travesía a la botella y ponerme a leer con curiosidad. Hablaba la voz quebrada, la desesperación de un náufrago. Oigan, oiganle: "Mirad, no. No somos héroes. Somos trabajadores de un sector que es vital para el normal funcionamiento y estabilidad de una sociedad; ahora, y el año pasado. Y con la matraca del heroísmo se está romantizando una precariedad asistencial y profesional que nunca fue normal". El mensaje deja a cuadros a cualquiera de buen corazón que habla maravillas de la entrega de los hombres y mujeres que se vuelcan en la sociedad.

Recién leído flota en el aire una sensación incómoda. ¿Cuándo me equivoqué? ¿Cuando, aferrado a una salud potable -no es el caso, pero en fin: valga la licencia para el artículo...-, me despreocupé de las carencias denunciadas tantas veces que cayeron en saco roto, o ahora, cuando abrazo la entrega en tales circunstancias en lugar de, ¡por fin!, abrir los ojos? Entiendo a Fígaro y a otros tantos y tantas como él. Nadan contracorriente y les aplaudimos el espectáculo desde la orillan cuando lo que en realidad necesitan es que les lancemos salvavidas. Pero tienen que entendernos. Su trabajo nos admira. Perdón si ofendimos.