lA vigilancia es, quieran o no quieran creerlo, uno de los precios que han de pagarse por la libertad. El control y seguimiento de los taludes y laderas que dan forma a Bizkaia se ha convertido en una necesidad para darle sentido a un hábitat lo más fructífero posible, una tierra que se controle para que se haga habitable. Ha de considerarse que el sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad, mayor suma de seguridad y mayor suma de estabilidad. El control de la seguridad es una de las maneras de alcanzarlo.

Es fácil ser valiente desde una distancia segura, nos dijo Esopo y esa es una buena lección. En esas medidas propuestas por la Diputación Foral de Bizkaia se marca justo eso, un perímetro se seguridad que lo marcan los drones para vigilar las carretera vizcainas y liberarlas de las dificultades y las amenazas. El propósito es despejar y facilitar el tránsito, dejar vía libre al tráfico y eliminar, en la medida de lo posible, las posibles zancadillas que aparezcan en la vida cotidiana. Toda esa atención y celo en los cuidados supone una dosis extra de tranquilidad y relajación para los viandantes, según entendemos el común de los mortales.

No recuerdo ahora bien dónde se planteó la cuestión que les planteo: ¿Para qué la salida de emergencia a 10.000 metros de altura? Se tata de una ilusión de seguridad. Lo que quiere decirse es que la sensación de seguridad que transmiten los drones con su control de primera mano es un tesoro para la sociedad de hoy en día, que pide unas circunstancias lo más seguras posibles. Aunque Benjamin Franklin nos dijese, un par de siglos atrás casi, que cualquier sociedad que renuncie a un poco de libertad para ganar un poco de seguridad no merece ninguna de las dos cosas, la idea es que se equivocaba.