ESAS pequeñas criaturas a las que se les atribuye el don de llegar con un pan debajo del brazo, los niños recién nacidos, traen consigo, según en qué circunstancias, algún que otro problema. El más reconocible para la inmensa mayoría de los progenitores es el de quitar el sueño, con esa fascinante capacidad que poseen para convertir cada noche en un campo de batalla o, qué sé yo, en una trinchera de la Primera Guerra Mundial. Por una de esas extrañas leyes de la compensación que rigen en la naturaleza humana, aparece en escena otro Niño con su contrapunto a cuestas. Les hablo, ya lo habrán entendido, de los décimos de lotería que llegan cargados de ilusiones. Sueños versus pesadillas, ya ven.

"Tiene Bilbao un gran tesoro..." reza la vieja canción vinculada al Athletic. Es cierto que esta es tierra de riquezas, pero nunca están de más las nuevas. Y de la misma manera que quedaron para la posteridad aquellos versos que decían "Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza" hay otra, tan popular al menos como la recitada, que dice algo así como "Ormaechea, Azkarreta, Los 400 millones, La Cruz y Artea" a la que invocan, invocamos, los buscadores de tesoros de estos días. Lo hacemos con una extraña fe: la convicción de que el sorteo de El Niño es agua bendita cada 6 de enero, una lluvia de millones que riega Bilbao, Bizkaia entera. Menos popular que el Gordo navideño que ha flaqueado recientemente por estas lides, el Niño pesa lo suyo en la báscula de los grandes premios.

Una vieja voz popular dice algo así como "ser pobre y rico en un día, milagro es de Santa Lotería". Incluso los más ateos entre los ateos acaban por reconocer ese prodigio, sobre todo porque, quien más y quien menos ha visto de cerca a algún conocido meter la mano en la herida de la lanza y salir del trance creyente del todo. Hay otra voz, también de la calle, que dice que "no hay mejor lotería que trabajar noche y día". Lo sé, pero... ¡qué triste!