TUVO su cuarto de hora glorioso, como había vaticinado el profeta Andy Warhol. Les hablo de Rompecascos, aquel bilbaino chirene del que ya solo se acuerdan las generaciones más avanzadas de la ciudad. El vidrio de las botellas era para él polvo de estrellas cuando se las estampaba en la cocorota y estallaba en mil añicos. Hoy aquella escena sería, como tantas otras de antaño, condenada a la hoguera.

Viene a mi memoria la imagen ahora que se impulsa una intensa campaña al respecto del vidrio, máxime cuando este material encaja como un guante con la actual ley del reciclaje, Las cuatro erres. Se pronuncia así: Reducir, Reutilizar, Reciclar y Recuperar. Y aunque es bien sabido que el vidrio puede regenerarse al cien por cien, existe una quinta consonante que todo lo distorsiona: la de don erre que erre que se descuida en la aplicación de la tarea del reciclaje.

En un lugar de Bilbao, de cuyo nombre no quiero acordarme, resulta que ha poco me abordó un curioso

personaje barbudo y magro de carnes. “Téngase ahí el orondo licenciado y no pronuncie más barbaridades sobre esta Villa encantada que es tenida como Bilbao cuando en realidad es gran

ciudad llena de gigantes junto al agua...”. El extraño personaje comenzó a hablarme de que “llegado este tiempo aparecerán por éstas y otras calles y andurriales cuarenta o más gigantescos dragones y monstruos, de boca enorme y afilados dientes, que tienen por costumbre alimentarse de basuras y otras porquerías tales, ¿lo sabía el licenciado?”. Hube de confesar que no. “Recapacite vuesa merced que bien pudiera ser que los

magos que nos confunden hagan de ver que nosotros creamos que han de ser camiones de basura...”. Le voy a pasar el contacto de los descuidados.