CÓMO cambia la salud en apenas cinco años! Hoy, cuando se acerca la hora de nuevos comicios para la vieja Europa, basta con echar la vista atrás para percibir que es necesaria una transfusión de ideas y proyectos, una inyección de sangre fresca que reviva al maltrecho continente que llega a las urnas repleto de cicatrices y desangrado por las cuchilladas de una crisis económica galopante, el fuego eterno al que quiso condenarles el terror invocado por el Estado Islámico, las idas y venidas de la madre Inglaterra, con un Brexit indeciso, la marea de la inmigración que sube y baja o el regreso de la derecha extrema que tanto pavor había desatado y tanta sangre había derramado durante el siglo XX.

¡A las barricadas nos convocan, ciudadanos! Nos piden que nos alcemos en armas en la defensa del medio ambiente, que arrimemos el hombro para limpiar de barro a la economía que cayó en las zanjas de la depresión (es curioso, unos piensan en avanzar si mirar atrás y otros en no dejar heridos en la retaguardia, allá en el hospital de campaña del paro...), que abramos las puertas a los necesitados y las tranquemos ante la avalancha de los intransigentes; que vivíamos con alegría y sin miedo al terror que vino de otros lares y que tengamos fe. Sobre todo que tengamos fe.

Por pedir que no quede. Es cierto que la vieja Europa, de pulso temblón, tiene ante sus ojos un panorama incierto. En el horizonte no se atisban líderes con carisma ni motores con empuje. Solo se ven burócratas, como si el continente más apasionante y más apasionado de los últimos dos siglos se hubiese convertido en una oficina de horario regular. Hablan, hablamos, de problemas serios que se avecinan y de otros igual de relevantes que perdieron gas. Pero quién, ¿quién habla? Porque no se otea un puñado de valientes que cojan la bandera. Faltan bolsas de sangre.