ES la costumbre: cuando un sueño largo tiempo acariciado se hace realidad, surge la necesidad de medir sus características y sus consecuencias, aunque solo sea por ver si aquel anhelo tenía su porqué. Es indudable que el TAV ha sido una ilusión que, como toda buena prestidigitación, ha pasado por etapas: ahora lo ves, ahora no lo ves. De la A a la Z se ha deletreado toda esta aventura ferroviaria, y habida cuenta que el nombre elegido es la Y vasca, han tardado tiempo en llegar. No en vano es la penúltima letra del alfabeto.

De mediciones, les hablaba. En tiempos tan concretos como los actuales, donde la imaginación y las fantasías varias apenas tienen cabida, la vara de medir se expresa de dos formas rotundas: el reloj y la cartera. O dicho en cristiano, cuánto tiempo voy a ahorrar y cuánto me costará ese ahorro. Así se hacen los cálculos.

En esa hoja de Excel se ha entretenido el Gobierno vasco, con sus sumas y restas, multiplicaciones varias y alguna que otra división, aunque sea de opiniones. La conclusión la tienen en las páginas predecesoras: Bilbao-Donostia: 45’ y 8 euros, escrito con una tipografía de esas que anuncian el fin de una guerra o un cambio de gobierno.

Es un buen titular porque se sintetiza en una línea páginas y páginas de sudores, anhelos, desesperanzas, sueños rotos o ilusiones por venir. El discurso del reloj era el más esperado. ¿Podré tomarme las rabas del aperitivo dominical en lo Viejo de Donostia y llegar a tiempo a casa para comer?, se preguntaban unos; ¿será posible llegar a esa reunión urgente y dormir en esa cama propia que tan bien conoce tus músculos y tus huesos; tus pesadillas y tus... ¡ejem!, dejémoslo ahí, mejor que la de cualquier lecho frío de hotel?, se cuestionaban otros. Si la respuesta es sí, como parece, la ganancia será mayúscula.

Otro cantar son los dineros, que se diría en los tiempos del aldeano. Tampoco ahí se anuncia una sangría, aunque eso estará por ver. ¿8 euros? No suena a un disparate, pero como siempre ocurre en asuntos crematísticos, no conviene precipitarse. Lo adecuado será practicar la vieja filosofía de Santo Tomás. Y si un día de estos metemos la mano en la llaga diremos que sí, que el largo tiempo del sueño acariciado ha merecido la pena porque, oiga, el muerto (que lo estuvo...) anda y goza de muy buena salud.