ES una de las ilusiones de la tierna infancia, apenas por debajo de futbolista goleador, médicos y enfermeras (me temo que decantarse por aquel espejismo de la niñez ya no es políticamente correcto...), astronauta o, qué sé yo, explorador. Ser bombero, ese es el sueño del que les hablo. Una fantasía en la que uno se ve en pie, contra las llamas; una escalera telescópica, el casco más llamativo de cuantos existe, una manguera en la mano y el aprecio de toda la ciudadanía, que te considera un héroe. Cómo no iban a aparecer, ya en la edad adulta, un cuerpo de bomberos voluntarios. Hay niñeces que no desaparecen jamás.

Hay un largo tránsito entre ese país de las ilusiones y una realidad en la que el humo y el fuego abrasa los pulmones, un tiempo en el que siempre se llega un minuto después, una verdad que te recuerda que la esperanza puede salir chamuscada. Y, sin embargo, medio centenar de hombres y mujeres militan como bomberos voluntarios en Bizkaia, prestos a colocarse en primera línea de fuego cuando las cosas están que arden.

Quienes no tenemos aptitudes para tales desempeños ni voluntad de santos varones les miramos con asombro y, por qué no admitirlo, un punto de admiración. Oyéndoles entiendes alguno de los porqués: la satisfacción de salvar una vida, la adrenalina del trabajo en equipo y contrarreloj, la confortable sensación de hacer algo útil para la comunidad.

Hay espejos en los que mirarse. Veamos el caso de aquel carpintero bilbaino que murió heroicamente, junto con otros tres compañeros, en el incendio del 7 de junio de 1867 de la casa de la calle del Correo, donde tenía su imprenta y librería la viuda de Delmas y su hijo. Para conmemorar su heroico comportamiento, un año después de su muerte Bilbao levantó, en la plaza que hoy lleva su nombre, un templete que posteriormente fue sustituido por un monolito de piedra. Antonio Echániz, hombre de bien, fue además un tipo activo entre los suyos, hasta el punto que a él le atribuyen el diseño y la construcción del primer Gargantúa de las fiestas de Bilbao de 1854. El ejemplo del bombero Echániz (les suena, ¿verdad? Siquiera de cuando acuden al ambulatorio...) sigue vivo.