QUIENES llevan tiempo a la búsqueda de un suelo y un techo que les abriguen sueñan con que lluevan a cántaros las oportunidades, con levantarse con el pie derecho, con poder saludar al vecino de escalera cada mañana. No es deseo lo que persiguen sino una necesidad. Y como bien nos recordó Eduardo Galeano, el poeta de los pobres, “quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen”.“El alojamiento es una necesidad humana prioritaria, como el alimento y el agua, y una condición esencial de la vida civilizada. Cuando se comprendan estas verdades, se reconocerá el problema de estar sin hogar como lo que verdaderamente es: una afrenta contra la dignidad humana y la denegación de un derecho humano básico.” Así habló Lord Scarman, presidente del Consejo del Reino Unido para el Año Internacional del Refugio para las Personas sin Hogar. Flotaba en el aire, a nada que uno se detenga pensarlo, una verdad como un templo. En defensa de ese derecho universal, Viviendas Municipales abre sus puertas a los nuevos requisitos con la vocación de ser más justos. El peligro, claro está, es que con las puertas abiertas uno corre el riesgo de que por ahí se cuelen algunos golfos apandadores. Es un contratiempo que entra en juego, parece claro. Pero no es de recibo que el recelo y la desconfianza paren la sala de máquinas donde se cuece, se hornea, se fabrica, se dibuja, se diseña, se cocina o se escribe un futuro más justo para todos. Y si no es más justo (la justicia es de difícil equilibrio en la balanza...) al menos un futuro de mínimos que garantice una vida como se decía tiempo atrás, apañada. Las nuevas reglas entran en juego. Ahora hay que intentar sacar de la mesa a los tramposos.