UELE nacer cada año a contrapié, como un contratiempo intercalado en mitad de la ascensión en la Liga y con el matasellos del título de los pobres. Sin embargo, la Copa que hoy comienza para el Athletic y que ya acumula un buen puñado de alegrías insospechadas y de sofocones inesperados en sus primeros pasos tiene un nosequé apasionado, con los viejos clubes que la honran -el propio Athletic y el Barcelona por encima de todos...- volcándose en su conquista, con los clubes más modestos anhelantes de ganarse el título de matagigantes y con la esperanza de hincar el diente a un taquillón y con algunos equipos en apuros sacudiéndose de encima una eliminatoria con el equivocado lema de "no estamos para distracciones."

Si alguna competición recuerda a los días en los que nos enamoramos del fútbol, allá en los patios del colegio, en las plazas del pueblo, en los campos de barro o en las campas a cielo abierto es esta: la Copa del Rey. Es ahí donde se juega un fútbol en estado puro, sin otros cálculos que los que caben en 90 minutos y con una única actitud posible para avanzar en la competición: la valentía.

Dos torneos enteros consecutivos lleva este Athletic sin caer eliminado en el camino y dos finales consecutivas en las que les pudo la presión. Se respira en la atmósfera, cada vez que juegan los leones, que el modelo se adapta a su estilo. La Copa es su hábitat natural, con dos equipos mirándose a los ojos y prestos a no dar el brazo a torcer. Hoy volverán las angustias contra el reloj, el desenlace cómodo, el tropezón de escándalo que sonroja, el héroe insospechado o el goteo de los penaltis, una resolución propia del mismísimo Alfred Hitchcock. Hoy volverán los sueños imposibles o las derrotas inimaginables; los goles a mansalva o la resistencia de Numancia. Hoy vuelve la Copa por estos lares y emociona. Uno cierra los ojos, escucha el timbre y sueña con el paraíso: es la hora del recreo.